miércoles, 29 de febrero de 2012

LEGISLACIÓN SIN DIOS



Porque vosotros sois el templo del Dios viviente,
 como Dios dijo:
Habitaré y andaré entre ellos,
Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo.
Por lo cual, salid de en medio de ellos,
y apartaos, dice el Señor,
y no toquéis lo inmundo; yo os recibiré,
Y seré para vosotros por Padre,
Y vosotros me seréis hijos e hijas,
 dice el Señor Todopoderoso.

(2ª Corintios 16 al 18)

La arbitraria y violenta forma de producirse por el que realmente no es cristiano, o no se comporta como tal con el otro cónyuge, y su conducta atrabiliaria, humillante y violenta, han de ser tenidas en cuenta por los que, ante casos de esta sombría índole no pueden evitar involuntariamente, constituirse en jueces de hechos y sentimientos.


La separación es medio divorcio, si no más, que se produce por la frivolidad y falta de respeto a las normas de Dios por una sociedad, que hace de sus sucias leyes, una «gloriosa» llamada a la libertad humana con palabras hinchadas de orgullo y arrogancia.


Como en la Torre de Babel, el hombre moderno se está haciendo para sí un mundo apartado de toda norma de Dios. Mediante esta filosofía aparta de sí a Cristo, y se procura unas leyes humanistas que suplanten la ordenanza de Dios.


No es lo peor, que esta sociedad se conduzca de esta horrenda manera. Es que los llamados creyentes creen que las leyes de Dios que fueron hechas y dadas a los hombres por el mismo Espíritu  Santo (y que están sobradamente contrastadas por el uso y la experiencia), están periclitadas, y es necesario sustituirlas por las que el hombre se da a sí mismo, según el espíritu de los tiempos actuales.


Estos llamados cristianos se rinden al mundo, y se pliegan a todas sus exigencias y modo de contemplar las cosas, desde un criterio que no tiene en cuenta la autoridad y el poder de Dios. Solo adoran los vicios, la ambición, los llamados signos externos de riqueza, y la posición social.


No son ni fríos, ni calientes. El fervor y el amor hacia Dios, se consideran como exageración, y es objeto de burla por los que deberían ser los más conspicuos defensores de la verdad de Dios.


Que el más fuerte físicamente use esa superioridad (generalmente el varón), para maltratar a su propia carne que es su propia esposa, es bárbaro y sobremanera pecaminoso. No tiene justificación alguna.


Que amparándose en las leyes establecidas para proteger, unas pocas provocaciones (generalmente la mujer), motiven que el marido pierda el tino, y haga o diga unas cuantas barbaridades es repelente. Mas denuncias, más presiones, más acoso, y más desesperación. De ahí las tragedias que vivimos. 


Es constante la sangría que padecemos, y tantos hogares destrozados. Mujeres y maridos, agrediéndose mutuamente tanto de palabra como de obra, y en la cárcel gentes que, siendo por lo demás buenos ciudadanos, han caído en el crimen y en la más baja situación moral con respecto a la sociedad, y sobre todo con sus hijos inocentes.

martes, 28 de febrero de 2012

SEPARACIÓN... ESPIRITUAL

1x1.trans Separacion de Bienes
 

No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque
¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?
¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?
¿Y qué concordia Cristo con Belial?
¿O qué parte el creyente con el incrédulo?
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?

(2ª Corintios 14 al 16).

La palabra separación en tiempos de Jesús, no se aplicaba como ahora a las separaciones matrimoniales. Antiguamente se separaban y aquello terminaba con todo. El uso de la moderna palabra, separación, a fuerza de repetirse, se ha asentado como forma rutinaria de expresión específica, para los preliminares del divorcio.

La ignorancia hace que las gentes crean que el mecanismo moderno de quebrantar el matrimonio, llamado separación, es de todos los tiempos.

Eso está muy lejos de la realidad. La separación moderna es un ritual que se antepone al divorcio, y que trata de ser amortiguador en una etapa intermedia entre la abominación del divorcio, y el estado matrimonial.

Las leyes desarrolladas por los legislativos que no están inspirados en la ética y moral cristiana, proveen unos pasos para el libre divorcio. En cualquier caso, basta que uno o los dos esposos quieran separarse, para que se les conceda, de inmediato, la “separación legal”. Pronto se hará así también con el divorcio.

Todo el mundo ve esto muy bien, y nadie se escandaliza por ello. Es más, si una esposa, constante matrimonio, quiere tener aventuras extramatrimoniales, no consta como cargo en contra de ella, sino que se ve con naturalidad, y como un derecho al que nadie, ni su esposo, puede poner ningún reparo.

En caso de fornicación y separación consiguiente, no caben acusaciones contra ella en el proceso legal. Contra él, supone hoy prácticamente una expulsión de su hogar, como se hacía a la mujer, en los tiempos antiguos mencionados.

No obstante la separación matrimonial supone, en cierto modo, un aplazamiento para reflexionar sin la ira y rencor de un agudo momento. Por eso se ha establecido una posibilidad de reconciliación, y en los casos en los que no hay separación traumática y litigiosa, esto ocurre bastantes veces.

Es pues la separación una forma amortiguada de divorcio, con la posibilidad de que, pasadas las primeras escaramuzas entre los esposos, se pueda llegar a una reconciliación y el consiguiente restablecimiento del régimen matrimonial.

Entre nosotros, los creyentes, no debe ser así. Conocemos a cristianos aparentemente consagrados, que en momentos de crisis han echado mano de la separación, tanto él como ella.

Una vez separados, el esfuerzo de justificar la separación, ha hecho que los consortes viertan acusaciones mutuas, dejando la puerta abierta para el inevitable divorcio.

Es tristísimo, que los que se llaman a sí mismos con este digno nombre de cristianos, se mezclen con los usos del mundo, para tratar de justificar lo que solo es frivolidad y falta de fe.

No hago mención a las circunstancias que concurren en algunos casos, en los que verdaderamente el cónyuge creyente, varón o mujer, se ha visto literalmente atropellado y arrojado de su casa. Casos peculiares los hay a montones, y no son tan excepcionales.
 
 

lunes, 13 de febrero de 2012

TRISTE DESTINO DE LA MUJER


             Injusto y triste, ha sido desde la Caída el destino de las mujeres. Este del repudio, era una losa que pesaba sobre ellas y ¿por qué no decirlo? también sobre los varones que, al fin y al cabo, habían de responder ante los parientes varones, padres, hermanos, etc. de las mujeres repudiadas. Pero era algo habitual, y aceptado por todos.

Era una mentalidad basada en la fuerza del hombre, y en la necesidad de la mujer de una casa segura en la que criar a sus hijos y sostenerse en la vejez, que en aquel tiempo siendo viudas ancianas, casi se veían forzadas a mendigar. Y esto haciendo abstracción de sentimientos y honra de la  mujer.

Es terrible lo mal que lo pasa la mujer que no se siente amada, y más aun en aquella época y situación. Los hijos suplen esa necesidad, que tal vez el varón no es capaz de aportar. Y así debía de ser en aquel tiempo. De ahí la queja de Raquel la esposa de Jacob: Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. (Génesis 30:10)

Excepciones había, y ejemplo tenemos en la Biblia de que había hombres que amaban vehemente a sus esposas. Elcana, israelita, tenía dos mujeres, pero solo una le dio dos hijos. La otra; Ana, no tenía hijos y clamaba a Dios y lloraba, y no comía cuando el marido repartía la comida.

Para ella era la mejor parte, pero la ausencia de fertilidad la hacía desgraciada. El le decía: ¿Por qué lloras Ana, y no comes? ¿No soy yo para ti, más que diez hijos? (1º Samuel 1:8) La ternura también, y de forma constante, aparece en la Biblia.

El libelo o carta de repudio (no el repudio mismo), fue una dificultad añadida por Moisés para templar a los esposos precipitados, y para dar a la mujer alguna cobertura, aunque fuese mínima. Así que no fue Moisés el que lo hizo mal, sino que fueron los rebeldes israelitas.

Estos, por persistir en los actos de su duro corazón, buscaron más tarde pretextos para realizar sus inicuos actos de aborrecimiento de su legítima esposa, pretendiendo además que la religión, o mejor dicho, la tradición religiosa, muy entroncada con la civil, respaldaran sus sucios extravíos.

Pienso pues que en lo concerniente al repudio, he hecho una breve descripción del hecho y sus inmediatas y más gruesas consecuencias, que pueden ilustrar mejor aun, el nuevo régimen de amor y libertad del nuevo pacto instituido por Jesucristo, con el respeto y la cordura de la unión entre cristianos.

No era una permisión ni otorgamiento de Dios, sino que Moisés, para amortiguar el desastre humano que suponía un repudio, (y más en aquel tiempo), trató de regularlo amortiguando así sus efectos contra las familias, amargos y crudelísimos. El (Jesús) les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. (Mateo 19:8)

Jesús reprendió a los israelitas por causa del repudio y no lo consintió, si no era porque ella se amancebara con otro y en caso de adulterio. Pero insistió en que el hombre amara a su mujer y esta respetara al hombre.

Y así dice también San Pablo fiel a la doctrina de Jesús: Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido. (Efesios:5 33) Nada más claro.

jueves, 9 de febrero de 2012

LIBELO DE REPUDIO




Fácil es imaginarse lo que se reprochaba a los hebreos severamente, y por qué Dios no quería ofrenda de ellos: Y esta otra vez haréis cubrir el altar de Yahvé de lágrimas, de llanto y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano.

Mas diréis: ¿por qué? Porque Yahvé ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto.

¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.

Porque Yahvé, Dios de Israel ha dicho que aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo Yahvé de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales. (Malaquías 8,12 al 16).

Un clamor de dolor y desesperación, se levantaba ante el altar de Dios por parte de aquellas pobres mujeres, que se veían en la calle, sin esposo, sin casa, sin sus hijos que quedaban en poder del varón. Eso era lo que Jesús denostó cuando la pregunta de los fariseos. ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? (Mateo 19,3).

No hablaban de divorcio, sino de repudio. No es, y no era lícito al hombre repudiar. La enseñanza es clara. Sobre una pregunta concreta, hay una concreta respuesta. Jesús no dice nada contra lo que antes estaba escrito en la Ley y los profetas, como hemos visto anteriormente en el texto bíblico de Malaquías. Sobre los cimientos de La Ley”, dio a todo, su correcto sentido y su aplicación conveniente en la recta dirección del nuevo pacto.

El repudio era un salvaje acontecer, corriente entre los judíos, que Moisés, un legislador bueno, comprensivo y humano, permitió por causa de sus duros corazones, prescribiendo el libelo o documento de repudio.

Al menos, cuando fuese repudiada, la mujer tendría por decirlo así, una carta en la que se especificaría el motivo del repudio. Si este era por motivos banales, la esposa podría reivindicar su honor y sus capacidades, y el esposo se tendría que pensar muy bien lo que escribía.

Si fuera por motivos reales que la degradasen, la mujer se guardaría muy mucho de comportarse mal en algo que, de producirse el repudio, pudiera deshonrarla con las habituales y crudelísimas consecuencias para la mujer, en aquel tiempo. Y esto último en el caso de las mujeres israelitas, pero no así en las naciones paganas, cuyas legislaciones en este asunto eran sencillamente tratar a la mujer como un animal o una esclava.

A menos claro que fuese importante o el esposo estuviese muy enamorado. Generalmente este, cuando conocía a otra mucho más joven, y por su juventud más bella y apetecible, dejaba de lado a la mujer o concubina más antigua y le negaba el débito conyugal.