sábado, 31 de diciembre de 2011

SITUACIONES ANTIGUAS SOBRE EL CONNUBIO


Abundo sobre estas situaciones, con el fin de que todos sepan el valor del cambio cristiano, y a la vez la disposición consecuente y congruente de Dios, al instaurar el reino de Cristo.
El Apóstol Pablo enseña las condiciones que ha de reunir el obispo y el diácono: Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro;
Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo...
Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. (1ª Timoteo 3:1).

Entre las mencionadas condiciones se destaca (a nuestro propósito) que estos deben ser maridos de una sola mujer, para ejercer bien su ministerio. A los demás convertidos no se les dice nada en especial, ni se le señalan limitaciones.

Vemos en el NT. que en muchos lugares había numerosos judíos formando Iglesias cristianas, así como numerosos paganos convertidos a Cristo. No se les exige la condición de tener una sola mujer expresamente, a pesar de que ya eran convertidos a Cristo.

Simplemente se destaca al obispo ya que este tenía más estrechas y profundas responsabilidades. En aquel tiempo había varios dones en la Iglesia y el obispo era alguien veterano y venerado por sus condiciones de virtud y de enseñanza.

San Pablo en sus exigencias para el gobierno de las Iglesias que iba plantando dice sobre los obispos: Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; etc. (1ª Carta a Timoteo 3:2).  

Abrahán tenía varias mujeres. Cuando enterró a Sara decía de ella “mi mujer”, aunque otras compartieran su lecho, pero sin el rango de su mujer amada. Para ella tuvo ternezas y fidelidad hasta el fin, sin que la compañía de otras constituyera desdoro para ella. Ella era la amada, y comprendía en aquel tiempo la necesidad de que un varón conviviera con varias mujeres, también bienamadas y respetadas.

Para ellos sus mujeres eran cosa cotidiana y el concubinato perfectamente aceptado ya que tener marido era para una mujer algo de o que no podía prescindir y no tener prole una vergüenza y deshonor, y por los padres de las chicas, hasta deseado. Insisto en que no pretendo con ello entronizar la poligamia.

Jesús sobre este y otros asuntos declaró que Moisés les permitía estas cosas “por la dureza de vuestro corazón” (Marcos 10:5). Eran tiempos duros los varones escaseaban por distintas causas que he explicado someramente. Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. (Génesis 30:1)

Jacob dijo a su suegro cuando quería irse de servirle: Dame mis mujeres y mis hijos, por las cuales he servido contigo, y déjame ir; pues tú sabes los servicios que te he hecho. (Génesis 30:26) Y con ellas marchó Jacob hacia su tierra con sus hijos esposas y concubinas.

SALOMÓN Y SU DESOBEDIENCIA


Vemos que Salomón, con su política de alianzas con los pueblos vecinos, tuvo multitud de esposas y concubinas y contaminó a Israel con los cultos idolátricos de muchas de ellas. Les construyó templetes para sus dioses, y en Israel se empezaron a adorar otros dioses extraños a Yahvé. La prostitución idolátrica se extendió también por Israel, precipitando su decadencia y destrucción.

Las muchas mujeres, casi todas de casas principescas, imponían sus creencias, y solicitaban templetes y otros medios para continuar con su personal adoración idolátrica. Eso era lo malo.

El problema de tener muchas mujeres, era que imponían más o menos, el culto a sus dioses con lo que contaminaban la única adoración debida a Dios, y corrompían al propio rey y con él al pueblo.

No era el tener muchas mujeres lo que se le reprochaba a Salomón, (no obstante saltarse el mandamiento anterior que lo prohibía), sino el dejarlas que cada una promoviera y practicara el culto a los ídolos de los distintos reinos de los que procedía.

Y esto a causa de la política de Salomón de emparentar con todos los monarcas que pudiera desconfiando de la promesa de Dios de bendecirle ampliamente. Estas prácticas (por otra parte, políticamente acertadas) motivaron la gran degeneración y contradicciones devenidas por tal causa.

También, porque ya los hijos no eran para Dios, sino para los dioses a los que eran entregados, quemándolos, por sus mismas madres idolátricas. El mandamiento de Dios no es arbitrario ni tiránico sino, como hemos de repetir muchas veces, para bien de toda persona.

Y es bueno no perder de vista que los hijos de Jacob (Israel), el pueblo elegido, fueron hijos de esposas y concubinas por igual. Así dice de él la Escritura: Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra, y vuélvete a la tierra de tu nacimiento…. Y sus mujeres dijeron a la par; ahora, pues, haz todo lo que Dios te ha dicho. (Génesis 31:13 y ss).

Ello no hacía a los hijos, de más categoría unos que otros, sino la que por amor humano le otorgaba Jacob a José y Benjamín, que eran hijos de Raquel, la esposa de su corazón (la segunda), pero solo en la esfera terrenal. Entonces se levantó Jacob, y subió sus hijos y sus mujeres sobre los camellos, y puso en camino todo su ganado, y todo cuanto había adquirido, el ganado de su ganancia que había obtenido en Padan-aram, para volverse a Isaac su padre en la tierra de Canaán.  (Génesis 31, 17,18).

José tuvo en sus manos la vida de su pueblo, y Dios lo utilizó para preservación de este. Era hijo de la segunda esposa de su padre, Raquel, así como Judá fue el Legislador, hijo de la primera esposa, Lea, introducida con engaño. Cada cual tuvo su parte en el pueblo de Israel, sin más diferencia que la función que Dios había fijado para cada uno, sin discriminación alguna.

Eran hijos de un mismo padre y de distintas madres que convivían juntas, y no sin abundantes conflictos hogareños. A ambos bendijo Dios. Pero como ya advertí, no se pueden aplicar escenarios y épocas tan lejanas, a la realidad presente. Son otros tiempos, y ahora rige para nosotros la ley de Jesucristo.

viernes, 30 de diciembre de 2011

LA ATRACTIVA BETSABÉ Y LA TRAICIÓN A URÍAS SU MARIDO




David el rey (hombre según el corazón de Dios), no volvió a tener contacto con su esposa Micol hija de Saúl, cuando el incidente de la danza ante el arca, pero no la repudió. Y Micol hija de Saúl nunca tuvo hijos hasta el día de su muerte. (2º Samuel 6:23). La consideró esposa «virtual», pero no la despidió.

Dios no le reprochó a David ninguno de sus errores o pecados, cuando le prohibió que le edificara un templo a su nombre. El, ya los confesó a su tiempo y así fue perdonado. A pesar de que el rey había quitado  su mujer a otro hombre que la tenía, valiéndose de su autoridad y la perfidia (el mayor reproche fue que había derramado la sangre de Urías heteo con traición y mentira).

A pesar de que él poseía numerosas mujeres de distintas procedencias, a pesar de que comió el pan que solo estaba reservado a los sacerdotes (Jesús mismo justificó esa conducta), el Señor solo le prohibió edificar su templo como casa sagrada, a causa de la sangre que, en sus luchas, (y en el episodio de Betsabé) había derramado.

Que tuvo hijos de muchas mujeres a la vez, lo dice la misma Escritura sin asomo de reproche, y aun con tono encomiástico. Estos son los hijos de David que le nacieron en Hebrón, donde reinó siete años y seis meses; y en Jerusalén reinó treinta y tres años. … Estos cuatro le nacieron en Jerusalén:… Todos éstos fueron los hijos de David, sin los hijos de las concubinas. Y Tamar fue hermana de ellos. (1º Crónicas: 3,1, 9). Deliberadamente he suprimido los nombres para no alargar demasiado el texto.

Y aun otro texto más esclarecedor: Y tomó David más concubinas y mujeres de Jerusalén, después que vino de Hebrón, y le nacieron más hijos e hijas. (2 Samuel 5,13).

En este texto se dice con naturalidad, que David se proveyó de mujeres y concubinas y que tuvo hijos de ellas. Sin embargo se le reprochó y tuvo funestas consecuencias posteriores la apropiación de la mujer de Urías capitán de David. Así ha dicho Yahvé, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno.

Además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Yahvé, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer. (2 Samuel 12:9).

Dios le había entregado a David las mujeres de Saúl, pero se irritó por haberse apropiado de la mujer de Urías y además, para disimular su pecado, le hizo matar de forma vil y cobarde. Eso fue lo que Dios le reprochó por boca del profeta, y no que tuviera muchas mujeres que Dios mismo le entregó.

En la Escritura se dice también: A uno de tus hermanos pondrás sobre ti como rey; no podrás poner sobre ti a un hombre extranjero que no sea tu hermano. Pero él no deberá tener muchos caballos,… Tampoco deberá tener muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe; ni amontonará para sí demasiada plata ni oro. (Deuteronomio: 17, 15 al 17).

El no tener muchos caballos, se equipara con «muchas mujeres» o con «demasiada» plata y oro. No se hace mandamiento sobre la tenencia de una única mujer.

MÁS SOBRE POLIGAMIA ESCRITURAL



En aquel tiempo ninguna mujer aceptaba el celibato o, por cualquier circunstancia, no tener hijos. Esto significaba una deshonra, que se atribuía a pecados cometidos por ella o por sus padres o deudos. Y en no pocos casos, el abandono en su vejez. De ahí el mandamiento: Honra a tu padre y a tu madre. (Éxodo 20:12).

Así pues la poligamia no era (en aquellos tiempos), ni mucho menos algo malo en sí, y un deshonor. De hecho, Dios permitió la poligamia y nunca reprochó a ninguna persona esa situación marital. Y así se expresa en el desdichado caso de Befsabé la mujer de Urías Heteo: y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno… (2º Samuel 12:8)

Miremos al padre Abrahán, al que Dios llamaba su amigo, aun teniendo el patriarca varias concubinas, y muchos hijos con ellas. (Génesis 25:6). Jamás le reprochó que tuviera varias mujeres. La herencia del Señor son los hijos. Dice la Escritura Santa. Se tratada de procrear y no de hacer del connubio un vicio como se hace hoy.

De ahí que como dijimos anteriormente, Abrahán, y los patriarcas tuvieran varias mujeres a lo largo de su vida, y nunca les fue reprochado. Así leemos claramente: Abrahán dejó a Isaac todo cuanto tenía. A los hijos de sus concubinas les dio Abrahán regalos; pero, cuando aún vivía, los separó de su hijo Isaac enviándolos hacia las tierras de oriente. (Génesis 25,5).

Jacob fue bendecido por Dios, y guardado de su suegro Labán y de su hermano Esaú, que tenía bastantes motivos para estar disgustado con él, habiendo prometido matarle.

¿Y que había dicho Dios a Jacob, sino que se fuera a casa de su parentela, con su familia que era de muchos hijos y cuatro mujeres? ¿No lo bendijo Dios en Bet-el, en Peniel y posteriormente, aunque después convivía con cuatro mujeres de forma natural? (Génesis 32:29,30).

No estoy haciendo una apología de la poligamia, ni mucho menos, pero busco ser precavido y no fabricar dogmas, sin tener en cuenta el famoso «contexto». ¿La poligamia era buena antiguamente, y después de Jesús, ya no? ¿El Padre legisló mal, y el Hijo tuvo que contradecirle?

Que Jesús hizo nuevas todas las cosas, es un hecho que los creyentes conocemos sobradamente. Pero el apóstol Pablo no hablaba de otra ley, sino de la que formó siempre parte del acervo del pueblo de Dios. La Tanaj, (la Torá, los profetas, libros sapienciales, etc.). Cumplir la ley era hacerla tal y como Dios quería que se hiciera, y con el espíritu para lo que fue hecha.

Jesús no modificó la ley. Solo superó las ordenanzas con el mandamiento del amor, al rebasar con tan suave mandato, cualquier especificación expresada en mandamientos u ordenanzas. El amor impide a cualquiera proporcionar dolor a otro, y más si como cristianamente, se compara a la Iglesia con la esposa.

El cúmulo de problemas de la convivencia poligámica es tal, que preferimos pasar levemente sin comentario. Solo hay que imaginárselo (sobre todo en la época actual).

La ley no tiene vigor, siempre que el mandamiento del amor la supere. Si no, está tan vigente como el primer día. Dios nunca se ha equivocado. Jesucristo, su hijo, nos enseñó a saberlo.

En la antigüedad, pensemos en la humillación de una mujer vejada, dejada y desechada como fardo ya inútil, siendo el punto de crítica y burla de otras mujeres, y todo lo que lleva aparejada una situación de esa clase. No hay que hacer muchos esfuerzos de imaginación para conocer e sufrimiento de cualquier mujer en semejante situación.


miércoles, 28 de diciembre de 2011

LA POLIGAMIA Y LOS TIEMPOS


Si alguno engañare a una doncella que no fuere desposada,
y durmiere con ella, deberá dotarla y tomarla por mujer.
Si su padre no quisiere dársela,
él le pesará plata conforme a la dote de las vírgenes.
(Éxodo 22,16).
La poligamia, como el repudio y hasta la esclavitud, tiene en el contexto de la vida del pueblo de Dios, (Israel) unas formas y usos que difieren enormemente de las que estas mismas palabras significaban en los pueblos paganos que vivían alrededor.

No voy a extenderme en explicar las diferencias que había entre un esclavo pagano y uno judío, (siervo) ni el repudio feroz, ni las mismas leyes de la guerra o el trato con extranjeros.

Ese trabajo requeriría un profundo estudio, que mi pereza no me permite, ni hace falta ahora para debatir el tema que nos ocupará durante todas las páginas que siguen.

El abandono de la mujer, la desgracia que significaba que en la familia naciera alguna (aun hoy hay muchos países, en las que las recién nacidas del sexo femenino son enterradas sin más), dan a la condición femenina un dramatismo terrible y profundamente injusto. Antiguamente era de tal clase, que se dice en un proverbio: el que casa a su hija hace una gran obra de misericordia....

La mujer no repudiaba al marido, sino al contrario. A menos que ella fuera rica, muy influyente o extremadamente hermosa. Y vemos que la repudiada ya perdía mucho en la posibilidad de «rehacer su vida», como dicen que pueden hacer las divorciadas de hoy.

Desde siempre, el instinto genésico del varón recorre distintas etapas, y en distintos tiempos de la vida en relación con el de la mujer. Este parece ser que amaina antes que el del varón, en lo tocante a gratificación sexual, una vez que se alcanza una edad.

En estas condiciones ya se interesa más por su seguridad y la de sus hijos, así como de otras distintas aspiraciones de tipo social. Cosas también influidas, por su condición de mujer. No es excepcional que en algunas no sea así.

Véase la situación de viudez de Noemí, y su nuera Ruth, moabita. Es un ejemplo de lo mejor que podía sucederle a una mujer, que por su condición de extranjera y su destacada belleza, pudo superar el trance de una viudez.

Su prudencia es tan singular, que no se puede esperar de todas las demás mujeres sencillas, así como la nobleza y el celo (estaba enamorado de ella), de Booz quien la tomó por esposa. Pero ese caso era muy especial, y no todas las mujeres tenían las cualidades de Noemí, Ruth, o en el caso masculino, de Booz.

La lectura del brevísimo libro de Ruth, nos proporciona una conmovedora historia que refleja la situación con la mayor verosimilitud, y abre los ojos para lo que a continuación exponemos. Seguramente lo leerán pocos.

Era un completo desamparo. Estaban a merced de hombres que podían ser malas gentes, o en el venturoso caso de Noemí y Ruth, un hombre justo como Booz. La noble Ruth siguió a su suegra, y así devino la fortuna para ellas, después de tremendas carencias, desesperanzas y amarguras.

Volvemos a recordar aquellos tiempos, en que las continuas guerras entre tribus y pueblos, provocaba la muerte de muchos varones. Súmese a esto las  enfermedades y otras muchas circunstancias concurrentes, y comprobamos la necesidad o costumbre de tener varias mujeres para algunos varones, que podían mantenerlas a ellas y a sus hijos.

¡LO HACE TODO EL MUNDO!


Vivimos tiempos duros para el sentido moral en todas sus facetas, tanto para la mentira generosamente regada por todos los medios de comunicación, como sexual, y en todos los aspectos de la moral ya no solo cristiana, sino es que la moral no suele ser muy tenida en cuenta por las gentes.

Como dice la Escritura: «serán saciados de sus propios caminos». Es lamentable (algunos no lo creen así), que chicas que apenas han salido o entrado en la pubertad, estén siendo llevados por el espíritu del relativismo y el hedonismo rampante, a la práctica de la fornicación. La mayor parte de las ocasiones sin placer alguno, solo por no pertenecer al grupo de las que «aun no lo han probado».

Esta forma de consentimiento a los estímulos o burlas de los compañeros de colegio, instituto o pandilla, origina graves contingencias y complicaciones en su vida futura que, de esperanzada e ilusionada, se transforma en un infierno que perdura la mayor parte de las veces durante toda la vida de la persona que lo practica.

De cuantas muchachas (y chicos) me han contado sus desagradables experiencias, la decepción más frecuente y dolorosa, ha sido el desprecio de la otra persona, (generalmente el varón) que antes de la realización de lo prohibido le decía que era cosa muy buena hacerlo, y que ella era una persona de “mente estrecha”.

Ya sabemos algo de todas esas empalagosas mentiras que se suelen decir cuando una persona sin escrúpulos, codicia realizar el coito con otra. Se apela al amor y al deseo, que son prácticamente equiparados. Lo que solo es un impulso a satisfacer, se intenta sublimar, convirtiéndolo en “amor” que generalmente se esfuma una vez satisfecho el deseo.

Tal cosa se estimula desde los medios de comunicación, y se establecen marcas, que se cuentan como logros dignos de aplauso.  Y es más chocante aun, cuando la mayoría dice que solo tuvieron vergüenza, y no obtuvieron placer alguno. Después se sintieron molestos, y con pérdida de personalidad y autoestima.

No es cosa de este tratado superficial, modesto y limitado, regodearse en las pautas y perjuicios que lleva consigo la promiscuidad, por lo que vamos dejando de lado este pegajoso tema.

Basten estas admoniciones y la experiencia diaria, para que los jóvenes no caigan en esta siniestra serpiente, que ya no les dejará jamás un momento de paz. Los padres tienen en estos asuntos mucho que decir… y dar ejemplo.

Así dice la Escritura a los creyentes, para encerrar en un breve texto toda la síntesis de la conducta cristiana en este, y en todos los aspectos de la vida: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias.  (Efesios 5,1 y ss).

domingo, 25 de diciembre de 2011

EL ATRACTIVO DEL VICIO



La aprensión es habitual en la forma -casi general- de realizar el coito con aditamentos que lo hacen desagradablemente falto de la romántica e ilusionada naturalidad. Es también como una carga sobre la conciencia, y hasta de los peligros físicos que representa realizar el acto sexual con personas comprometidas, etc., algo que acompaña esta forma relajada del sexo.

En la mayoría de las ocasiones, y sobre todo en las cópulas forzadas, equivale a una masturbación. Tan mísero y decepcionante deviene. Las enfermedades, la pérdida de motivaciones y encanto de lo que Dios hizo puro, y el rebajamiento de algo tan sublime a un mero momento de placer pasajero es terrible.

Hacen de la fornicación promiscua algo detestable y, como mínimo, se hace agravio a familiares y amigos, además de despojarse de todo compromiso sentimental -de que tanto se habla- y al que tanto se apela cuando se quiere vivir en promiscuidad.

De todas formas, esa práctica pagana y llena de peligros y desencantos (hiere sobre todo a las mujeres), es habitual en la sociedad que se dice liberada, y lleva a los más bajos procedimientos y exacerbación de los instintos naturales, que convierten a las personas en adictas a cada vez más extravíos sexuales.

Existe toda una panoplia de prácticas, que ya se observaban en los cananeos, y en las naciones que pisaba Israel en su búsqueda de la “tierra prometida”. Y eran de lo más provocador y atractivo, para los hebreos que venían del desierto viviendo en unas condiciones primitivas y estrictas.

Era fácil caer en los extravíos de aquellas mujeres, acicaladas y de tez tersa y suave en contraste con las israelitas que eran por su forma de vivir, más ásperas en su trato y en sus cuerpos, acostumbrados al desierto, y más elementales en las cuestiones sexuales.

Estas mujeres del desierto, eran mucho menos sofisticadas; eran austeras, con conductas propias de un  pueblo nómada que vivía en campamentos. Por otro lado los varones encontraban más relajación, y la continua excitación de los deseos carnales, en aquellas gentes establecidas en el descuido y largos periodos de paz.

Esta paz les hacía corrompidos en cuanto a la ley natural, y por tanto en la búsqueda -como hay sucede- de las formas más sofisticadas y perniciosas de la práctica sexual. Aquellas gentes trataban a los hebreos como pastores y gentes “de campo” que eran fuertes y de costumbres más elementales.

También los varones israelitas eran más dispuestos para aquellas mujeres, que los encontraran fascinantes sexualmente, más que a los hombres de allí, a causa de su debilitamiento e indolencia en las costumbres y en la vida cotidiana. Contrastaban pues con las de los israelitas, rudos y fuertes, advertidos de lo que se iban a encontrar desde siglos antes.

Las costumbres y la maldad de los amorreos, contrataban con la simplicidad de los hebreos, bajo una ley estricta y propia de las gentes pastoriles y trashumantes. Aquí se inició para el Pueblo de Dios, el comienzo de la decadencia que les trajo toda suerte de problemas.

La advertencia fue clara y terminante: "Por tanto, guardaréis mi ordenanza, no practicando ninguna de las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, para que no os contaminéis con ellas; yo soy el SEÑOR vuestro Dios." (Levítico 18:30)  


PROMISCUIDAD

 

El Occidente «cristiano» tolera con toda naturalidad la fornicación, (incluyendo la prostitución), y en cambio la bigamia (por ejemplo) es perseguida y castigada duramente. La libre fornicación, se ejercita por hombres y mujeres indiscriminadamente, sin que por ello las gentes se escandalicen.

Es insólito que se tenga por socialmente normal, que se legisle invadiendo espacios matrimoniales íntimos, y en otras prácticas perjudiciales se pase como sobre ascuas sobre ellas, y en algunos casos se tienen por “beneficio público”.

No parece sino que a veces la legislación occidental, quiere meterse también en los hogares y lechos de las gentes, en una sobreprotección no deseada ni pedida. Al creyente basta asimilar el dicho de Pablo: Honroso sea en todos, el matrimonio y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. (Hebreos 13,4).

Con respecto a las mujeres, hay que apuntar una aclaración. La fornicación, es entre hombre y mujer. Eso, tan simple, es causa de que se cargue la culpa generalmente a la mujer, por considerarla más pasiva y tentadora. La culpa de la mujer, en la primera trasgresión es evidente.

Es cierto que ella tomó del fruto, pero fue engañada. Digamos temeridad, debilidad y curiosidad en la mujer, pero fue Adán el que imprudentemente comió también de él, cuando era el responsable del orden en el Edén.

Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión. (1ª Timoteo 2,14). La mujer fue engañada, pero el varón sabía lo que hacía. O debería haberlo sabido. Él es, el primer responsable. Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer, y comiste del árbol…  (Génesis 3,17).  Si Dios dice una cosa y nosotros hacemos otra a sabiendas, no hay más que averiguar: es pecado.

Las gentes buscan ocasión para practicar las mismas abominaciones que exteriormente censuran. Y ya ni aun eso, ya que últimamente se complacen en hacer las mismas abominaciones de las que se jactan los incrédulos. No por debilidad momentánea de la carne, sino como práctica habitual, normalizada por la ley y aceptada por la sociedad.

Es chocante como en algunas congregaciones, toleran una convivencia en fornicación, prefiriendo esa situación, al casamiento de estos afectados. No es fácil hacer juicio de nada, y en esto ocurre igual por que el corazón de las personas, solo es penetrado por la sabiduría de Dios. Y aclaro que no soy mormón.

Algunas iglesias o congregaciones parece que prefieren una vida de concubinato (nadie se da por enterado), cuando no se ve factible que los convivientes en esa situación se casen. Y aclaro, (creo que es oportuno) que no me refiero a clérigos.

Naturalmente la fornicación, al ser una práctica contraria al gobierno de Dios, lleva en sí misma toda una carga de males, que recaen invariablemente en los que practican esta nefanda costumbre. Me refiero concretamente a la promiscuidad.

Dejo de lado la ausencia de formalismo, de los que conviven sin realizar lo que entre las gentes se llama boda, o los que de forma casual y por motivos pasionales, caen de una forma u otra en esporádicas ocasiones.

sábado, 24 de diciembre de 2011

LA CORRUPCIÓN CONTINÚA


LA CORRUPCIÓN CONTINÚA

Si queremos abreviar, diremos que fornicar es copular  una mujer y un hombre que no están casados. Elemental; y si esto no tuviera más connotaciones, este articulo ya estaría terminado con este simple aserto. Pero el asunto contiene muchísimas más implicaciones.

Establezcamos de principio que la palabra fornicación, tenía en la antigüedad un significado diferente al que ahora se le concede. La fornicación idolátrica era, en tiempos del Antiguo Testamento, la que se efectuaba por parte de las mujeres idólatras cuando se entregaban a los hombres (también fornicarios) mediante pago.

Este «tributo» se entregaba a los sacerdotes de los dioses que adoraban, como contribución para mantener el clero, los templos, el culto, etc. Era cuestión de honor en algunos pueblos paganos, y hasta las altas damas lo practicaban. No abundaremos sobre esto.

Otra forma de fornicación (en rigor, la misma) es la adoración de ídolos, que sustituyen a la adoración al Dios creador y revelado, tanto en las Escrituras como en toda la creación, tanto en el macrocosmos como en el microcosmos.

El Señor utiliza por medio de los profetas la mención de esta forma de prostitución, comparando la infidelidad de su pueblo que dejándole se volvía a los ídolos, para amonestar a Israel, que de esposa de Dios elegida y encumbrada por Él mismo, se volvía a los lugares idolátricos, prostituyéndose y dejándole a Él.

Todos los profetas, advierten contra la desconfianza en Yahvé, y la inconsecuente inclinación de los israelitas a ofrecer adoración a los dioses de los pueblos de alrededor. Y como todo acto conlleva sus consecuencias, este de la fornicación también es de unas consecuencias incalculables en términos de perjuicio a la sociedad, y es sabido que lo que es malo para la colmena es malo para la abeja. 

La abolición de la poligamia, trajo la fornicación (aunque siempre ha existido) como forma de sexualidad ilícita, contaminada por los pueblos paganos a los que Dios había condenado por su corrupción, para que fueran sustituidos por el pueblo obediente y adorador del Dios creador, benéfico, único y verdadero.

Y que no era cuestión de raza como muchos afirman, sino de fidelidad a las normas de Dios para su pueblo, lo demuestra el mandamiento de aceptar al extranjero en la comunidad israelita, aunque a condición de aceptar a Yahvé, Dios, y sus normas de vida.

Mucho tiempo tuvieron los israelitas para volverse de sus idolatrías que copiaron de los pueblos de alrededor, y que en cada familia empezaba por entregar al primer hijo al fuego del ídolo, ante el cual se quemaban los niños recién nacidos como ofrenda humana.

La contaminación idolátrica creció hasta límites indescriptibles, y fue la perdición de Israel, así de otros pueblos y hasta de enormes imperios. Y hoy se practica de otra forma como es el aborto con las terribles consecuencias de despoblación que se experimenta en todo la tierra.

Cuando Judá fornicó con su nuera Tamar, sin saber que era ella, quiso hacer justiciera punición contra la mujer, al conocer que estaba  encinta. Al darse cuenta de los motivos de Tamar, tuvo que decir: más justa es ella que yo. (Génesis 38,26).

Y es que en multitud de ocasiones, lo que hace la diligencia, el amor, o el derecho de la mujer, se confunde con la fornicación sin más, como acto carnal fisiológico. No es así. La mujer es mucho más compleja.

El contubernio con los pueblos que conquistaban, en vez de destruirlos como era mandato de Dios a causa de sus terribles crímenes y corrupción, inclinó a los israelitas a participar en los cultos idolátricos, levantando las iras de Dios por causa de las abominaciones que para ello practicaban también los hebreos.

Estos asociaban la práctica de la fornicación carnal de hombres y mujeres a la fornicación con los ídolos, pues su adoración era un continuo agravio a Dios, que era el verdadero esposo de Israel, y padre del israelita.

jueves, 22 de diciembre de 2011

ABUNDANDO SOBRE EL MATRIMONIO



Algunas “iglesias cristianas”, (permítanme las comillas), parece que ya realizan uniones entre homosexuales, basándose en que Cristo predicó el amor. Bueno, ellas sabrán. Muchas más, se disponen a hacerlo. Y parece que están todos tan contentos.

Bien, eso es su enfoque, su solución, o su problema. Por mi parte no tengo más objeción, que la que tendría ante otra cuestión cualquiera, no cristiana. Y hay muchas.

Es una opinión mía y nada más, reservándome para mí la opción que crea acorde con el pensamiento de Jesús. Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, Y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. (Romanos 14,10).

El matrimonio es algo tan serio que los ministros de las iglesias (de cualquier confesión) no deberían consentir que se realizaran bajo su ministerio, sin haber comprobado exhaustivamente, que todo se hace con plena reflexión y conocimiento.

En el matrimonio suelen existir infidelidades, diferencias descubiertas posteriormente a la unión, pero el matrimonio es inamovible. Un devaneo fortuito y transitorio de alguno o los dos cónyuges, no invalida el pacto. El matrimonio está compuesto por hombre y mujer, y todos somos falibles.

No es un ¡haz lo que te plazca! ya que no se puede uno apoyar en una veleidad momentánea, para romper lo que está compuesto y forjado con la argamasa de Dios. El perdón limpia todo acto semejante, aunque no anula el hecho de su pecaminosidad.

El matrimonio es de un valor espiritual tan insigne y noble, que es triste pensar en tantos casamientos que se celebran, sin la menor idea de lo que se va a hacer, sino la de satisfacer una ilusión y apetencia más o menos momentánea.

Estos últimos por muy comprensibles y legítimos que sean no son, por sí solos, el basamento de una fuerte y espiritual relación entre los tres que sellan un pacto espiritual y eterno. Dios y los contrayentes. Si no es así, no hay matrimonio cristiano.

El cumplimiento del pacto que hacemos con Dios, para hacer su voluntad, nos asegura la vida eterna con Jesús, y abundantes bendiciones en tal pacto. Por supuesto, insistimos en que estamos hablando de cristianos.

Es pues el matrimonio cristiano un pacto entre tres, en el que no cabe la frivolidad ni el descuido. Menos aun, la imitación de lo que los de afuera hacen en este asunto del matrimonio: «Yo me caso y ya veré después como me va. Si las cosas no marchan, ya sabré que hacer».

Si desde el mismo momento del compromiso, este va trufado de reservas mentales y de segundas intenciones, eso no es matrimonio. Es un remedo triste y desgraciado del verdadero matrimonio. Este último pone antes que nada el amor a Dios, y el firme propósito de ser fiel al pacto que se concierta, nada menos que ante el mismo Dios, y con Él.

Como en el caso de la conversión, el bautismo, la comunión, y otros muchos ritos decisivos, el matrimonio es algo espiritual, y contempla en el corazón de Dios, algo mucho más importante y trascendente que formar una mera familia. Eso lo puede hacer cualquiera sin necesidad de ser cristiano, y hasta algunas pueden ir bien, aunque ahora no se trata de eso.