martes, 28 de febrero de 2012

SEPARACIÓN... ESPIRITUAL

1x1.trans Separacion de Bienes
 

No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque
¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?
¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?
¿Y qué concordia Cristo con Belial?
¿O qué parte el creyente con el incrédulo?
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?

(2ª Corintios 14 al 16).

La palabra separación en tiempos de Jesús, no se aplicaba como ahora a las separaciones matrimoniales. Antiguamente se separaban y aquello terminaba con todo. El uso de la moderna palabra, separación, a fuerza de repetirse, se ha asentado como forma rutinaria de expresión específica, para los preliminares del divorcio.

La ignorancia hace que las gentes crean que el mecanismo moderno de quebrantar el matrimonio, llamado separación, es de todos los tiempos.

Eso está muy lejos de la realidad. La separación moderna es un ritual que se antepone al divorcio, y que trata de ser amortiguador en una etapa intermedia entre la abominación del divorcio, y el estado matrimonial.

Las leyes desarrolladas por los legislativos que no están inspirados en la ética y moral cristiana, proveen unos pasos para el libre divorcio. En cualquier caso, basta que uno o los dos esposos quieran separarse, para que se les conceda, de inmediato, la “separación legal”. Pronto se hará así también con el divorcio.

Todo el mundo ve esto muy bien, y nadie se escandaliza por ello. Es más, si una esposa, constante matrimonio, quiere tener aventuras extramatrimoniales, no consta como cargo en contra de ella, sino que se ve con naturalidad, y como un derecho al que nadie, ni su esposo, puede poner ningún reparo.

En caso de fornicación y separación consiguiente, no caben acusaciones contra ella en el proceso legal. Contra él, supone hoy prácticamente una expulsión de su hogar, como se hacía a la mujer, en los tiempos antiguos mencionados.

No obstante la separación matrimonial supone, en cierto modo, un aplazamiento para reflexionar sin la ira y rencor de un agudo momento. Por eso se ha establecido una posibilidad de reconciliación, y en los casos en los que no hay separación traumática y litigiosa, esto ocurre bastantes veces.

Es pues la separación una forma amortiguada de divorcio, con la posibilidad de que, pasadas las primeras escaramuzas entre los esposos, se pueda llegar a una reconciliación y el consiguiente restablecimiento del régimen matrimonial.

Entre nosotros, los creyentes, no debe ser así. Conocemos a cristianos aparentemente consagrados, que en momentos de crisis han echado mano de la separación, tanto él como ella.

Una vez separados, el esfuerzo de justificar la separación, ha hecho que los consortes viertan acusaciones mutuas, dejando la puerta abierta para el inevitable divorcio.

Es tristísimo, que los que se llaman a sí mismos con este digno nombre de cristianos, se mezclen con los usos del mundo, para tratar de justificar lo que solo es frivolidad y falta de fe.

No hago mención a las circunstancias que concurren en algunos casos, en los que verdaderamente el cónyuge creyente, varón o mujer, se ha visto literalmente atropellado y arrojado de su casa. Casos peculiares los hay a montones, y no son tan excepcionales.
 
 

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