Injusto y triste, ha sido desde la Caída el destino de las mujeres. Este del repudio, era una losa que pesaba sobre ellas y ¿por qué no decirlo? también sobre los varones que, al fin y al cabo, habían de responder ante los parientes varones, padres, hermanos, etc. de las mujeres repudiadas. Pero era algo habitual, y aceptado por todos.
Era una mentalidad basada en la fuerza del hombre, y en la necesidad de la mujer de una casa segura en la que criar a sus hijos y sostenerse en la vejez, que en aquel tiempo siendo viudas ancianas, casi se veían forzadas a mendigar. Y esto haciendo abstracción de sentimientos y honra de la mujer.
Es terrible lo mal que lo pasa la mujer que no se siente amada, y más aun en aquella época y situación. Los hijos suplen esa necesidad, que tal vez el varón no es capaz de aportar. Y así debía de ser en aquel tiempo. De ahí la queja de Raquel la esposa de Jacob: Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. (Génesis 30:10)
Excepciones había, y ejemplo tenemos en la Biblia de que había hombres que amaban vehemente a sus esposas. Elcana, israelita, tenía dos mujeres, pero solo una le dio dos hijos. La otra; Ana, no tenía hijos y clamaba a Dios y lloraba, y no comía cuando el marido repartía la comida.
Para ella era la mejor parte, pero la ausencia de fertilidad la hacía desgraciada. El le decía: ¿Por qué lloras Ana, y no comes? ¿No soy yo para ti, más que diez hijos? (1º Samuel 1:8) La ternura también, y de forma constante, aparece en la Biblia.
El libelo o carta de repudio (no el repudio mismo), fue una dificultad añadida por Moisés para templar a los esposos precipitados, y para dar a la mujer alguna cobertura, aunque fuese mínima. Así que no fue Moisés el que lo hizo mal, sino que fueron los rebeldes israelitas.
Estos, por persistir en los actos de su duro corazón, buscaron más tarde pretextos para realizar sus inicuos actos de aborrecimiento de su legítima esposa, pretendiendo además que la religión, o mejor dicho, la tradición religiosa, muy entroncada con la civil, respaldaran sus sucios extravíos.
Pienso pues que en lo concerniente al repudio, he hecho una breve descripción del hecho y sus inmediatas y más gruesas consecuencias, que pueden ilustrar mejor aun, el nuevo régimen de amor y libertad del nuevo pacto instituido por Jesucristo, con el respeto y la cordura de la unión entre cristianos.
No era una permisión ni otorgamiento de Dios, sino que Moisés, para amortiguar el desastre humano que suponía un repudio, (y más en aquel tiempo), trató de regularlo amortiguando así sus efectos contra las familias, amargos y crudelísimos. El (Jesús) les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. (Mateo 19:8)
Jesús reprendió a los israelitas por causa del repudio y no lo consintió, si no era porque ella se amancebara con otro y en caso de adulterio. Pero insistió en que el hombre amara a su mujer y esta respetara al hombre.
Y así dice también San Pablo fiel a la doctrina de Jesús: Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido. (Efesios:5 33) Nada más claro.
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