miércoles, 25 de enero de 2012

DESDICHADAS HIJAS DE EVA




Hoy, el divorcio (que no es más que el repudio mutuo legal de la sociedad descristianizada), parece que casi siempre se promueve en los países occidentales, mayormente por parte de la mujer, a causa de una legislación que, contrariamente al repudio hebreo, la favorece.

Esta ley actual invierte los términos en contra del varón que (como entonces la mujer), pierde al momento derecho a hijos, casa, etc. y se convierte en tributario de su mujer. La ley, como dice Pablo apóstol, no perfeccionó nada.

Quien obtiene una ventaja, no se desprende de ella sino solo por la fuerza. «Si eres yunque aguanta; si eres martillo, golpea». Esta es la filosofía del mundo. Implacables, inventores de males, crueles, etc. ¡Para qué enumerar aquí las sevicias que se perpetran en el mundo!

No entramos en la conveniencia de proteger a la mujer, pues no es este el lugar. La protección de todo derecho, es la justicia y la equidad. En otro lugar hablaremos de ello. Aquí solo apuntaremos brevemente, que no se puede confundir la igualdad con la equidad.

La igualdad significa una injusticia, dando a todos lo mismo les guste o no. Las necesidades se resuelven con la equidad, es decir dar a cada uno lo que le es conveniente, de su conveniencia, gusto o preferencia. Es decir, libertad.

En tiempos de Jesús, el repudio era cosa corriente en las familias judías, así como en muchos otros pueblos paganos. El marido, en aquel tiempo, era dueño absoluto de todo en el hogar, y engendraba hijos en su esposa o concubinas, que por supuesto le pertenecían, como también los hijos.

La esposa tenía un rango principal, ante las demás esposas secundarias y las concubinas, pero ante el varón estaba prácticamente inerme. No digamos ya la situación de las concubinas y asimiladas. Por cualquier causa podían ser repudiadas y «despedidas».

Es fácil imaginarse a una pobre mujer, echada a la calle y sin derechos ni hijos, que quedaban en manos y propiedad del varón. No es posible para nosotros imaginar el dolor y la desesperación, de estas mujeres despojadas de todo, y en muchas ocasiones arrojadas al arroyo.

Podemos tal vez, imaginar la situación de estas mujeres aborrecidas en la comunidad en la que vivían, y las calumnias y desprecios que levantaban. Algo tan atroz, que algunas se dedicaban a la prostitución.

Otras se enredaban con el primero que pudiese socorrerlas, pero los hijos y todo lo demás, que trabajosamente hubiesen obtenido, quedaban perdidos para siempre. Dependían de la mayor, menor, o nula generosidad del marido. Y la experiencia y la historia, nos dice que la generosidad no es la característica de los tiempos.

Ni podemos calcular, en lo que esta situación tan inestable y tan plagada de peligros en la convivencia producía en toda mujer, cualquiera que fuese su status en la familia. El señor de la casa era el padre, y las mujeres aunque entre sí tenían su status, realmente poco podían hacer salvo una preferencia amorosa como Jacob con Rebeca.

Miedo, sin paliativos y sin limitación a los errores propios, o a cualquier carácter atrabiliario (véase Nabal, el esposo de Abigail), era lo que determinaba el destino y la vida de cada mujer. Una tortura constante, un miedo irreprimible, y un corazón rasgado y aplastado. 

martes, 24 de enero de 2012

REPUDIO

Algunos fariseos se acercaron a Jesús
 y, para tenderle una trampa, le preguntaron
si al esposo le está permitido divorciarse de su esposa.
Él les contestó: ¿Qué les mandó a ustedes Moisés?
Dijeron: —Moisés permitió divorciarse de la esposa
dándole un libelo de repudio.
Jesús les dijo: —Moisés os dio ese mandato
 por lo tercos que sois vosotros.
Pero en el principio de la creación, «Dios los creó hombre y mujer.
Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona.»
Así que ya no son dos, sino uno solo.

Véase Deuteronomio para entrar de lleno en esta materia.

El divorcio se ha asimilado con el repudio, de tal manera, que existe una confusión mental entre las gentes y que no es posible evitar, a causa de la muy poca información o de la mucha desinformación que existe sobre esta situación. Cada palabra tiene su valor semántico, aun siendo sinónima.

Aclaro. Un repudio en tiempos de Jesucristo era algo terrible para la mujer. Muy anteriormente, Moisés mandó que se le diera un libelo de repudio para que ella pudiera reivindicarse ante su familia o ante la sociedad. Podía ser disgusto, o también coqueteo, etc.

Esta llevaba aparejada las siguientes consecuencias. La esposa era la despedida y los hijos quedaban bajo custodia y potestad del padre. Más aún, prácticamente de su propiedad. La esposa ni siquiera obtenía el llamado «libelo de repudio»  (certificado de buena conducta, o lo que hoy llamamos referencias).

En el libelo o carta, podía constar que no era despedida por adúltera, sino por otros motivos que hoy conocemos como incompatibilidad de caracteres, falta de aptitudes, de respeto, etc. Las adúlteras eran apedreadas hasta la muerte y, según la Ley, el adúltero también, aunque en este caso parece que se miraba hacia otro lado.

La esposa «repudiable», era poco menos que la propiedad del marido que, por el contrario, podía tener más esposas o concubinas. Así era la situación en la ley de Moisés: Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, (torpe en otras versiones) le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre.  (Deuteronomio 24:1 y SS). Esa era la situación, nada envidiable de la mujer.

Sin embargo la ley era muy comprensiva con las casadas en muchos aspectos, como el que sigue de ejemplo: Cuando alguno estuviere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó. (Deuteronomio 24:5).

Pero en la realidad, la esposa, separada de sus hijos, (dependía del carácter del varón que repudiaba) no tenía más amparo que sus familiares (la que los tenía), y su situación era tan incierta cuanto más pobre era, tal como ahora. Naturalmente cada caso era singular, pero en resumen es esto que estamos  tratando de explicar.

Abundaré, diciendo que apenas se menciona por Jesús la posibilidad de que una mujer repudiara al varón. Pienso que eso ocurría, porque en el régimen económico y social de aquel tiempo era prácticamente imposible; en caso de abandono del hogar la mujer quedaba amancillada, y por tanto era considerada adúltera con las consecuencias conocidas.

OBEDIENCIA Y PREMIO

                        

Hay mucha claridad, en cualquier texto bíblico que se quiera mirar con pureza y discreción (sin tratar de que diga lo que alguien pueda desear arbitrariamente que diga), y aceptando limpiamente lo que dice sin más interpretación adicional innecesaria. Para ello hace falta conocimiento, pues el libre examen por cualquiera, ha traído multitud de herejías.

Añado (no minuciosamente) algunos textos que tienen que ver con la palabra codicia, para que cualquiera pueda penetrar mejor en su significado. Tampoco pretendo ser muy exhaustivo, con el fin de hacer este tratadito lo más breve y asequible que sea posible.

Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Yahvé tu Dios tres veces en el año. (Éxodo 34,24).

No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Deuteronomio 5,21).

Las esculturas de sus dioses quemarás en el fuego; no codiciarás plata ni oro de ellas para tomarlo para ti, para que no tropieces en ello, pues es abominación a Yahvé tu Dios; (Deuteronomio 7,25).

Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5,28).

¿Qué diremos, pues? ¿La ley, es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. (Romanos 7,7).

Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás; no dirás falso testimonio, no codiciarás y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Romanos 13,9).

La ley del amor arrolla invariablemente todo mandamiento, y lo rebasa con insólita elegancia. Concluyo pues, para no extenderme demasiado, afirmando que entiendo que la persona que no quiera, no será convencida por mucho testimonio y prueba que exponga aquí.


Por otra parte, este tratado solo pretende exponer ideas, y dejar que cada cual tome sus decisiones en consonancia con su conciencia y las enseñanzas que haya recibido.

Hacer de teólogo infalible, es un ejercicio en el que no pretendo ni me siento llamado a entrar, cual consumado rabino. Y repito que la opinión contraria, divergente y matizada, es también respetable siempre que se demuestre. Las intenciones de cada cual, solo las conoce Dios.

Conozco perfectamente que lo que escribo interese a pocos, porque pocos están en la dirección de Dios. Decía mi dilecto poeta D. Antonio Machado.

No desdeñéis la palabra
El mundo es ruidoso y mudo
Poetas; solo Dios habla.


sábado, 21 de enero de 2012

CORRUPCIÓN DEL PENSAMIENTO


Sería una broma pesada y gran demasía, caer en la antigua y desgraciada moral de no poder mirar honestamente a una mujer bella y hermosa, un hombre agradable, una hermosa casa, etc. porque eso es ir en contra de la naturaleza, y no tiene nada que ver con cumplir la ley de Cristo.

Es poner pecado donde no lo hay. Una cosa es que nos guste una mujer hermosa (que es a lo que aludimos por causa del tema que tratamos) y otra muy distinta es codiciarla y tratar en intención, o en acto, de poseerla contra el derecho de su legítimo poseedor. Igualmente en el caso opuesto. Y esto se puede hacer indistintamente con la acción y el pensamiento. En el corazón codicioso se incuba la mala acción.

Además, como dije en otro lugar, la modestia cristiana, tiene una función entre otras muchas, y es la de amortiguar el impacto que sobre otros, puede tener la exhibición impúdica de nuestros bienes (cualesquiera que sean).

Que siempre esa contemplación sea pudorosa, y de simple aceptación de la propiedad del prójimo. Recordemos muy brevemente la pasión de David por Betsabé, que no se hubiera producido si el rey no permaneciera ocioso, y la mujer hubiese sido más recatada. El recato es importantísimo para que el pensamiento permanezca puro.

Todos aspiramos a una entrada de dinero en nuestras economías, y cuanto más abundante mejor. Todos pensamos los bienes que podríamos proporcionarnos con ello, a nosotros mismos y a los demás.

Otra cosa diferente es la codicia que es compulsiva, egoísta, e injusta. Nos hace mentir, hacer trampas y malas tretas para obtener aquello que codiciamos, y nos hace esclavos de la obsesión que se apodera del que codicia.

El creyente desea (más o menos fervientemente) una mejora de su condición económica, una mejor casa, y una holgura económica que le evite aprietos, dependencias y carencias, todo ello legítimamente y sin ansias.

El codicioso juega a las loterías, casinos, y echa mano de toda clase de oscuros y peligrosos trucos, para conseguir lo que al otro simplemente le gustaría tener -si pudiera buenamente- de forma pacífica y cristiana. La codicia quiere a todo trance un bien que, además, reprocha a Dios de que no se lo haya provisto.

La Escritura insiste: Además, no tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella.  Codicia consumada físicamente. (Levítico 18,20).

La codicia implica un deseo irreprimible de acción, para conseguir aquello que se codicia. El deseo es algo natural, y es lo que hace resaltar el brillo de los bienes de Dios, y los hombres o mujeres atractivos en su hermosura.

Y Jesús dijo que todo el que mira a una mujer codiciándola ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5:28) También codicia consumada, en el corazón de la persona codiciosa.

Un castillo, bosque o territorio ajeno, puede ser muy grato a un rey y contemplado con fruición, pero si lo codicia no tardará en enviar a su ejército, para tomarlo y poseerlo. Aprovechemos para decir que cuando esto se produce, normalmente lo que sucede al final, es que ese territorio queda destruido y arruinado.

Y en otros lugares (no quiero ser reiterativo) se dice de la misma forma. La moral religiosa ha hecho que sea pecado cualquier mirada, sin tener en cuenta el dicho del apóstol Pablo: Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. (Tito 1,15).



martes, 17 de enero de 2012

CODICIAR

 

Miremos el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que dice:

CODICIAR. Desear con ansia las riquezas u otras cosas.

DESEAR: Aspirar con vehemencia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.
Anhelar o dejar que acontezca o deje de acontecer algún suceso.
Sentir apetencia sexual hacia una persona.

Es clara la distinción del significado de ambas palabras, tan frecuentemente confundidas y tergiversadas. Hay cosas o personas que nos atraen poderosamente, lo que es algo natural, pero una aspiración o deseo no es una decisión ansiosa, como es la codicia.

Otra cosa distinta, aunque muy entroncada con esto, es la utilidad de guardar la modestia por parte de todos, y mantener puros nuestros deseos y aspiraciones. Algo que l mayoría de la gente deprecia o es objeto de burla.

La palabra codiciar, como tantas otras, se ha tergiversado de tal manera, que hasta ha constituido la base de más de una teología, o más bien, de una moral que aun perdura entre los más avezados moralistas con ínfulas de teólogos.

Son bases morales que, con la coartada del celo por cumplir, aun  superando las ordenanzas del Señor, pone énfasis en una represión que desborda la modestia y la prudencia, con la que el cristiano ha de contemplar la belleza y la riqueza. Esta palabra se entiende claramente, solo con que se ponga algo de atención al contexto de la Escritura desde el principio.

Veamos: Para no alargar este escrito, que no pretende otra cosa que aclarar brevemente, examinemos el último mandamiento que aparece en el libro de la Ley. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Éxodo 20,17).

¿Que aparece en este versículo? Simple y claramente que la casa, la mujer, el buey, el siervo, el asno, etc. son igualmente preservados por el mandamiento, de la codicia de otro. No se puede confundir desear algo que agrada o estimula, con codiciar, que es sencillamente querer poseer, precisa y concretamente, los mencionados bienes del prójimo.

El deseo natural ante lo agradable puede, o no, degenerar en codicia de poseer, y ahí la diferencia no es de matiz, sino fundamental. No se trata de impedir que nos agrade la mujer, o varón, el asno, la casa o cualquier cosa del prójimo, que es cosa natural y lícita.

Se trata por el contrario de no hacer con el corazón, la intención, ni con los hechos más o menos enmascarados (a lo que llevan estos propósitos codiciosos y pecaminosos), lo necesario para despojar al prójimo de sus posesiones legítimas en beneficio propio.

De ahí que la modestia en todo aditamento del cristiano, sea tan necesaria. Prevé y amortigua la codicia, lo que no hace la exhibición de hermosura, riqueza excesiva, etc. en el caso del pagano. No es cosa de vivir con “chador”, como algunas mujeres musulmanas, pero la exhibición de riqueza o de otra cosa apetecible, es peligrosa.

Un toque bíblico

Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, para hacer cosas que no convienen;
estando atestados de toda injusticia,
fornicación, perversidad, avaricia, maldad;
llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;
 quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen,
sino que también se complacen con los que las practican.
(Efesios 1:28).

viernes, 6 de enero de 2012

aAVANCES SOBRE LA SEXUALIDAD:  MÁS CONCEPTOS PARA TRATARLa filosofía moderna, s...

aAVANCES SOBRE LA SEXUALIDAD: MÁS CONCEPTOS PARA TRATAR
La filosofía moderna, s...
: MÁS CONCEPTOS PARA TRATAR La filosofía moderna, solo maneja el concepto de sexualidad como gratificación personal , y de forma a...
 
MÁS CONCEPTOS PARA TRATAR

La filosofía moderna, solo maneja el concepto de sexualidad como gratificación personal, y de forma artificial en muchos casos. La descendencia es tenida -por lo general- como un «accidente» molesto y gravoso.

Pablo, el apóstol, afirmaba que: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ninguna manera! ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella?, porque ¿no dice la Escritura: «Los dos serán una sola carne»? Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. (1ª Corintios 6:16).

Unirse a una ramera es hacerse una sola carne según interpretación de este texto por parte de muchos asimilándolo a la “una sola carne del matrimonio”. Y se utiliza como argumento impactante, para afirmar que si se es una sola carne con una ramera, no es licito dejarla a partir de ese momento.

Unirse a una ramera es hacerse una sola carne (según interpretación de muchos). Y se utiliza como argumento impactante, para afirmar que, si se es una sola carne con una ramera, no es licito dejarla a partir de ese momento. Lo uno sigue a lo otro.

No es lícito de principio buscar la ramera. Y lo que tampoco es lícito, es abandonar a la esposa que se tomó ante Dios, por lo que el matrimonio entre creyentes no admite ni la fornicación fuera de él, ni el divorcio, por que contraviene descaradamente la alianza establecida con Dios por los dos cónyuges.

No solo se repudiaba antes a las esposas, sino a concubinas y a otras mujeres. Estas, muchas veces por parentesco pertenecían como esposas a varones (“Levirato”, en el derecho de aquel tiempo), para que la mujer no quedase desamparada ni estéril. Actualmente la liberación de la mujer hace que todo esto aparezca como libertad, cuando solo es promiscuidad.

No es así en el cristiano, como anteriormente hemos insistido. La Palabra de Dios es tajante, siempre en la afirmación de la verdad y por tanto del bien del ser humano. Un último apunte: Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas. (Colosenses 3:18,19).

En la Escritura, se dice que el varón cuando tome mujer nueva, se abstenga de tomar mujer hermana de la que ya tiene, para no ofender a ninguna de ellas: No tomarás mujer juntamente con su hermana, para hacerla su rival, descubriendo su desnudez delante de ella en su vida. (Levítico 18,18).  

El amor cristiano impide que hagamos agravio a nuestra mujer introduciendo una nueva esposa que, por tratarse de otra creyente (no se puede concebir otro procedimiento por el creyente), es una legítima hermana espiritual, y por tanto inclusa en el mandamiento de Levítico.

Y añado insistentemente: es el amor, y solo el amor, el que hace (si existe), que en el matrimonio cristiano permanezca la monogamia. No la ley, no el mandamiento, no la fama, no la situación social. Solo el amor. Y el que quiera saber de amor, que mire a Cristo Jesús.

EL PACTO INAMOVIBLE


                  

El sacerdocio pasaba de padres a hijos. Era algo tan trascendental que solo con unas rigurosas condiciones se podía allegar a él y esto descendiendo de sacerdotes. Por ello no se les permitía a los sacerdotes licencias que otro israelita cualquiera podría tener hacer -aun pecando- pero no significaban sus faltas como las el sacerdote como “consagrado” y menos aun sus consecuencias.

Al tener un sacerdote inmortal, que es Cristo, los cristianos ya no necesitan de la descendencia, sino que Cristo es el sumo y solo sacerdote que traspasó los cielos, por el poder de una vida indestructible. (Hebreos7:15 y ss.).

Los cristianos son todos sacerdotes del nuevo pacto en el que la Gracia de Dios, sustituye la ley de la descendencia física. Siguiendo -después de este breve comentario- el pacto, y alianza, unía a los tres en uno. Dios, el marido y la mujer. El fruto buscado del matrimonio era de Dios y para Dios.

Adorar a otros dioses y robar los hijos que pertenecían a Dios, para ofrecerlos a Baal o cualquier otra cruel y falsa divinidad imitando a los crueles paganos, (esos de los que se compadecen tanto los oponentes a la experiencia de Dios), era romper el pacto con desprecio hacia Dios. Dios buscaba descendencia consagrada para formar el pueblo de su elección, multiplicarlo y bendecirlo.

El matrimonio cristiano, ha de ser en la comprensión de que el pacto es de obligado cumplimiento, y que los hijos engendrados son de Dios, por lo que no se pueden manipular ni despreciar sus derechos ni los de Dios.

Hoy es muy actual la frase que se menciona en la Escritura: No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado, y tras ellos he de ir. (Jeremías 2:25) Vamos tras las cosas mundanas sin darnos cuenta de que el desprecio a los propósitos de Dios es atraso en la explosión final e su triunfo absoluto como dueño y vivificador de Universo.

Y también se añade cuando los males acucian, por causa de estas desavenencias anticristianas: y en el tiempo de su calamidad dicen: Levántate, y líbranos. ¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción; (Jeremías 2,25).

El derecho de Dios a los hijos engendrados, fue traspasado indignamente a la protección de la sociedad en su legislación, siendo como es, Dios, el único soberano sobre los hijos que habían sido engendrados y nacidos bajo su promesa de bendición.

Tratar de interpolar situaciones y personas de distintas épocas, lugares, y culturas es, como poco, irreflexivo y atrevido. No obstante, pensemos en el inimaginable horror de la madre que con un alarido desgarrador, arrojaba a su hijito recién nacido, a la candente bandeja que el ídolo Baal Moloch tenía sobre sus rodillas, como ofrenda del primer hijo.

Esa era la ofrenda del hijo al ídolo abominable, mientras que el primer hijo, dedicado a Dios por los israelitas, era redimido mediante un animal puro que le sustituía. Hoy, muchos padres entregan sus hijos a la protección del Estado, (ese Moloch moderno) o simplemente los abandonan a su suerte, privándolos de sus más sagrados derechos.
El antiguo pacto se proveía de sacerdotes, nacidos de otros sacerdotes anteriores por la ley de la descendencia. Es decir sacerdotes, hijos de otros sacerdotes.