Sería una broma pesada y gran demasía, caer en la antigua y desgraciada moral de no poder mirar honestamente a una mujer bella y hermosa, un hombre agradable, una hermosa casa, etc. porque eso es ir en contra de la naturaleza, y no tiene nada que ver con cumplir la ley de Cristo.
Es poner pecado donde no lo hay. Una cosa es que nos guste una mujer hermosa (que es a lo que aludimos por causa del tema que tratamos) y otra muy distinta es codiciarla y tratar en intención, o en acto, de poseerla contra el derecho de su legítimo poseedor. Igualmente en el caso opuesto. Y esto se puede hacer indistintamente con la acción y el pensamiento. En el corazón codicioso se incuba la mala acción.
Además, como dije en otro lugar, la modestia cristiana, tiene una función entre otras muchas, y es la de amortiguar el impacto que sobre otros, puede tener la exhibición impúdica de nuestros bienes (cualesquiera que sean).
Que siempre esa contemplación sea pudorosa, y de simple aceptación de la propiedad del prójimo. Recordemos muy brevemente la pasión de David por Betsabé, que no se hubiera producido si el rey no permaneciera ocioso, y la mujer hubiese sido más recatada. El recato es importantísimo para que el pensamiento permanezca puro.
Todos aspiramos a una entrada de dinero en nuestras economías, y cuanto más abundante mejor. Todos pensamos los bienes que podríamos proporcionarnos con ello, a nosotros mismos y a los demás.
Otra cosa diferente es la codicia que es compulsiva, egoísta, e injusta. Nos hace mentir, hacer trampas y malas tretas para obtener aquello que codiciamos, y nos hace esclavos de la obsesión que se apodera del que codicia.
El creyente desea (más o menos fervientemente) una mejora de su condición económica, una mejor casa, y una holgura económica que le evite aprietos, dependencias y carencias, todo ello legítimamente y sin ansias.
El codicioso juega a las loterías, casinos, y echa mano de toda clase de oscuros y peligrosos trucos, para conseguir lo que al otro simplemente le gustaría tener -si pudiera buenamente- de forma pacífica y cristiana. La codicia quiere a todo trance un bien que, además, reprocha a Dios de que no se lo haya provisto.
La codicia implica un deseo irreprimible de acción, para conseguir aquello que se codicia. El deseo es algo natural, y es lo que hace resaltar el brillo de los bienes de Dios, y los hombres o mujeres atractivos en su hermosura.
Y Jesús dijo que todo el que mira a una mujer codiciándola ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5:28) También codicia consumada, en el corazón de la persona codiciosa.
Un castillo, bosque o territorio ajeno, puede ser muy grato a un rey y contemplado con fruición, pero si lo codicia no tardará en enviar a su ejército, para tomarlo y poseerlo. Aprovechemos para decir que cuando esto se produce, normalmente lo que sucede al final, es que ese territorio queda destruido y arruinado.
Y en otros lugares (no quiero ser reiterativo) se dice de la misma forma. La moral religiosa ha hecho que sea pecado cualquier mirada, sin tener en cuenta el dicho del apóstol Pablo: Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. (Tito 1,15).
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