viernes, 6 de enero de 2012

EL PACTO INAMOVIBLE


                  

El sacerdocio pasaba de padres a hijos. Era algo tan trascendental que solo con unas rigurosas condiciones se podía allegar a él y esto descendiendo de sacerdotes. Por ello no se les permitía a los sacerdotes licencias que otro israelita cualquiera podría tener hacer -aun pecando- pero no significaban sus faltas como las el sacerdote como “consagrado” y menos aun sus consecuencias.

Al tener un sacerdote inmortal, que es Cristo, los cristianos ya no necesitan de la descendencia, sino que Cristo es el sumo y solo sacerdote que traspasó los cielos, por el poder de una vida indestructible. (Hebreos7:15 y ss.).

Los cristianos son todos sacerdotes del nuevo pacto en el que la Gracia de Dios, sustituye la ley de la descendencia física. Siguiendo -después de este breve comentario- el pacto, y alianza, unía a los tres en uno. Dios, el marido y la mujer. El fruto buscado del matrimonio era de Dios y para Dios.

Adorar a otros dioses y robar los hijos que pertenecían a Dios, para ofrecerlos a Baal o cualquier otra cruel y falsa divinidad imitando a los crueles paganos, (esos de los que se compadecen tanto los oponentes a la experiencia de Dios), era romper el pacto con desprecio hacia Dios. Dios buscaba descendencia consagrada para formar el pueblo de su elección, multiplicarlo y bendecirlo.

El matrimonio cristiano, ha de ser en la comprensión de que el pacto es de obligado cumplimiento, y que los hijos engendrados son de Dios, por lo que no se pueden manipular ni despreciar sus derechos ni los de Dios.

Hoy es muy actual la frase que se menciona en la Escritura: No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado, y tras ellos he de ir. (Jeremías 2:25) Vamos tras las cosas mundanas sin darnos cuenta de que el desprecio a los propósitos de Dios es atraso en la explosión final e su triunfo absoluto como dueño y vivificador de Universo.

Y también se añade cuando los males acucian, por causa de estas desavenencias anticristianas: y en el tiempo de su calamidad dicen: Levántate, y líbranos. ¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción; (Jeremías 2,25).

El derecho de Dios a los hijos engendrados, fue traspasado indignamente a la protección de la sociedad en su legislación, siendo como es, Dios, el único soberano sobre los hijos que habían sido engendrados y nacidos bajo su promesa de bendición.

Tratar de interpolar situaciones y personas de distintas épocas, lugares, y culturas es, como poco, irreflexivo y atrevido. No obstante, pensemos en el inimaginable horror de la madre que con un alarido desgarrador, arrojaba a su hijito recién nacido, a la candente bandeja que el ídolo Baal Moloch tenía sobre sus rodillas, como ofrenda del primer hijo.

Esa era la ofrenda del hijo al ídolo abominable, mientras que el primer hijo, dedicado a Dios por los israelitas, era redimido mediante un animal puro que le sustituía. Hoy, muchos padres entregan sus hijos a la protección del Estado, (ese Moloch moderno) o simplemente los abandonan a su suerte, privándolos de sus más sagrados derechos.
El antiguo pacto se proveía de sacerdotes, nacidos de otros sacerdotes anteriores por la ley de la descendencia. Es decir sacerdotes, hijos de otros sacerdotes.

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