martes, 17 de enero de 2012

CODICIAR

 

Miremos el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que dice:

CODICIAR. Desear con ansia las riquezas u otras cosas.

DESEAR: Aspirar con vehemencia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.
Anhelar o dejar que acontezca o deje de acontecer algún suceso.
Sentir apetencia sexual hacia una persona.

Es clara la distinción del significado de ambas palabras, tan frecuentemente confundidas y tergiversadas. Hay cosas o personas que nos atraen poderosamente, lo que es algo natural, pero una aspiración o deseo no es una decisión ansiosa, como es la codicia.

Otra cosa distinta, aunque muy entroncada con esto, es la utilidad de guardar la modestia por parte de todos, y mantener puros nuestros deseos y aspiraciones. Algo que l mayoría de la gente deprecia o es objeto de burla.

La palabra codiciar, como tantas otras, se ha tergiversado de tal manera, que hasta ha constituido la base de más de una teología, o más bien, de una moral que aun perdura entre los más avezados moralistas con ínfulas de teólogos.

Son bases morales que, con la coartada del celo por cumplir, aun  superando las ordenanzas del Señor, pone énfasis en una represión que desborda la modestia y la prudencia, con la que el cristiano ha de contemplar la belleza y la riqueza. Esta palabra se entiende claramente, solo con que se ponga algo de atención al contexto de la Escritura desde el principio.

Veamos: Para no alargar este escrito, que no pretende otra cosa que aclarar brevemente, examinemos el último mandamiento que aparece en el libro de la Ley. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Éxodo 20,17).

¿Que aparece en este versículo? Simple y claramente que la casa, la mujer, el buey, el siervo, el asno, etc. son igualmente preservados por el mandamiento, de la codicia de otro. No se puede confundir desear algo que agrada o estimula, con codiciar, que es sencillamente querer poseer, precisa y concretamente, los mencionados bienes del prójimo.

El deseo natural ante lo agradable puede, o no, degenerar en codicia de poseer, y ahí la diferencia no es de matiz, sino fundamental. No se trata de impedir que nos agrade la mujer, o varón, el asno, la casa o cualquier cosa del prójimo, que es cosa natural y lícita.

Se trata por el contrario de no hacer con el corazón, la intención, ni con los hechos más o menos enmascarados (a lo que llevan estos propósitos codiciosos y pecaminosos), lo necesario para despojar al prójimo de sus posesiones legítimas en beneficio propio.

De ahí que la modestia en todo aditamento del cristiano, sea tan necesaria. Prevé y amortigua la codicia, lo que no hace la exhibición de hermosura, riqueza excesiva, etc. en el caso del pagano. No es cosa de vivir con “chador”, como algunas mujeres musulmanas, pero la exhibición de riqueza o de otra cosa apetecible, es peligrosa.

Un toque bíblico

Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, para hacer cosas que no convienen;
estando atestados de toda injusticia,
fornicación, perversidad, avaricia, maldad;
llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;
murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;
 quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen,
sino que también se complacen con los que las practican.
(Efesios 1:28).

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