martes, 13 de marzo de 2012

CONSECUENCIAS DE LA INFIDELIDAD




Como referencia práctica, recuerdo la revolución que en las universidades, suscitó el libro de Herbert Marcuse, titulado «Eros y Civilización», y los terribles daños que causó a los estudiantes que, jóvenes al fin, se adhirieron a sus tesis.

Posteriormente la comprobación horrorizada, de las nefastas  secuelas de la puesta en práctica de su filosofía de vivir, le hizo escribir un segundo libro, que solo era una refutación de lo anteriormente sostenido. Es que un libro lo puede escribir cualquiera pero su efecto en la sociedad puede ser nefasto.

En su nuevo libro, que no tuvo tanta aceptación ni éxito como el primero, se desdijo de lo dicho y comprendió el valor de las leyes civiles, las naturales, y hasta se atrevió a hacer incursiones más o menos veladas en las cristianas. Pero a las gentes viciadas no les gusta que les hablen de Jesús.

La catástrofe iniciada por su primer libro, no pudo ser ni siquiera paliada por su segundo libro “El final de la utopía”, ya que los que se habían extraviado por causa del primero, no estaban en condiciones de leer el segundo, donde, literalmente, se retractaba de lo dicho en el primero. Aunque claro está, él era ya rico y famoso.

Repito que si las modernas leyes son de esta índole, estamos en un contexto diferente del que Jesús hablaba. A los que los dichos de la Escritura les parece cosa baladí, o a los que aun sabiendo la verdad que contiene, tratan de hacer por su cuenta su propia teología sobre este asunto, (como sobre todos), sepan que también de eso trata el santo libro.

Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.

Porque cuando los incrédulos que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus propios razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio. (Romanos [1,12 y ss).

El matrimonio de una chica de quince, trece, y hasta doce años, por poner un ejemplo, no puede ser de la misma validez que la de una mujer madura de veintidós, por la razón comprensible de que no está en condiciones de tomar una decisión de este fuste.

No se puede obligar a una persona por una decisión que se tomó (o se le obligó a tomar) en la infancia o adolescencia (por poner un ejemplo entre muchos), con nula responsabilidad, a sufrir las consecuencias de una atolondrada acción de juventud.

Piense cada cual, si es medianamente maduro, en su adolescencia y juventud. Si hemos de pagar las consecuencias de la inmadurez y la inexperiencia, además de la desinformación casi total de forma irreversible y permanente, sin posible corrección, parece que es demasiado rigor y falta de misericordia. 

Ni queremos referirnos, a cuando es decisión de los padres, o por cualquier causa en la que una chica (o chico) ha de casarse involuntariamente, y sin defensa, por su miedo, desconcierto, ignorancia, y hasta si me aprietan, por cobardía. Pero acordémonos de nuestra adolescencia y juventud.




No hay comentarios:

Publicar un comentario