miércoles, 21 de marzo de 2012

HERIDAS DE MUCHAS CLASES




Para herir no hace falta golpear con los puños, con instrumentos o armas. Basta el desprecio oculto bajo cada frase, cada acto, cada mirada, para romper el más robusto carácter. Y en ese terreno nadie es más fuerte que el otro.

La falta de sensibilidad de muchos, sobre las necesidades emocionales y de toda índole del otro es violencia, que al ser continuada produce angustias, desvalimiento y entrega del derrotado a vicios y actos regidos por ese estado emocional.

Esto agrava más aun su situación, hasta que muchos revientan al último agravio como un globo, que para los no afectados, es un minúsculo pinchazo, y ya se va todo al garete. Y ya no hay marcha atrás, cosa imposible cuando ya han ejecutado uno contra otro las más viles vejaciones.

Ahora llega la hora de las venganzas, de la guerra sin cuartel, en la que se pretende por todos resarcirse de las situaciones soportadas. Es una situación que conocemos, casi todos los que hemos presenciado estos casos.

De sobra sabemos que entre creyentes cristianos, de cualquier denominación, no es posible concebir semejante trato a nadie, y menos aun a sus deudos. Casi se puede decir que el nuevo matrimonio entre cristianos de verdad, no tiene ni por qué mencionarse, pues entre ellos no habría existido el divorcio.

Abundando sobre lo anterior, si son dos verdaderos cónyuges cristianos, tienen en algo los consejos evangélicos, y las mismas palabras de Jesús, estas consideraciones deberían estar de más. Son superfluas para ellos.

Si los dos están integrados de corazón en cualquier iglesia cristiana, tienen incontables recursos en los hermanos, eclesiásticos, o toda clase de amigos, que los ayudarán a salir de cualquier atolladero en el recorrido matrimonial.

¡Que lejos estamos, cristianamente lejos, de la demasiado injustamente criticada «sumisión a la voluntad de Dios», que podría, hecha en nosotros y por nosotros, templar el buen acero de la voluntad humana rendida a Dios, y blandida contra las fuerzas de las tinieblas y el debilitamiento. (Teilhard de Chardin)

La voluntad de Dios siempre está al cabo de donde acaban nuestras fuerzas, y él puede empezar a actuar en nuestras cosas y en nosotros. La mayoría de los males que nos afectan, es por causa de nuestro descuido y pecado.  

Muchas veces aplicamos preceptos cristianos a los que ni de lejos contemplan, (aunque simpaticen), una vida cristiana como conveniente para ellos. Establecer para estas gentes, simpatizantes del cristianismo, reglas y hermenéuticas que no reconocen de principio, equivale a predicar en desierto y a equivocarnos continuamente.

El error está en considerar cristianos, a los que más o menos frecuentemente acuden a una iglesia, pero que en asuntos de moral se pliegan con toda facilidad, y hasta entusiasmo, a las leyes y usos mundanos, cuando se ven sus inclinaciones favorecidas por tales usos y leyes. En esos casos es increíble la cantidad de argumentos que elaboran y erogan, aparentemente con toda convicción.


Estas consideraciones son impropias para los cristianos que de alguna manera se encuentran en situaciones sobrevenidas, y a los que habrá que enseñar primero a renunciar a sus propios juicios, fueros, y a sus propias voluntades. Y esa entrega al criterio de Jesús, es de muy pocos.

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