lunes, 19 de marzo de 2012

LEY VERSUS JUSTICIA DE DIOS


Estamos hablando de personas, no de tesis o escuelas de pensamiento. Las personas son falibles y, posiblemente, Jesús supiera darle a cualquier caso, una solución distinta a la que nosotros le podemos dar, a veces maniatados por la letra, y no por el espíritu de compasión de Cristo.

En el ejemplo (vivo) anterior, acordamos todos con cualquiera que esta persona pecó, que se comportó alocadamente, que tal vez debió sufrir sumisa repugnantes requerimientos de su marido, y todo lo que queramos añadir, lo mismo da que padecimientos humillantes, que las aun más humillantes apetencias y pasiones carnales de los adúlteros.

Creo que Jesús le hablaría de otro modo y daría con una buena solución (no un paliativo), siempre inspirado en su rigor con la verdad y con la misericordia que rebosaba. «Él, si sabía como tratar a las mujeres» si se me permite la ironía.

Los casos en que las personas parecen conformes con casarse,  y con mayoría de edad (establecida por leyes paganas) son un secreto para el que no tiene que tomar esa decisión. Juzgar por lo que nosotros, en nuestro «informado y sano» juicio haríamos, no parece ser muy justo ni misericordioso. Ni siquiera parece muy inteligente.

No estoy de acuerdo con las separaciones o divorcios, como anteriormente he dejado claro, y posteriormente seguiré insistiendo, pero los seres humanos no son ladrillos, y lo que se agita en el interior del corazón humano, hay que tratarlo con gran tiento y temor de Dios.

No estoy tratando otra cosa de de darle a cada situación una perspectiva, en la que entran en juego las circunstancias y la compasión cristiana. Aquí hay en juego una Ley santa, buena, y justa, pero arrollada por la justicia de Jesús y la misericordia aprendida de su Padre Santo. 

Sin tratar de extrapolar situaciones, lo que sería cuanto menos irreverente, pienso siempre en la solución que Jesús dio a la pecadora sorprendida en adulterio. Solo hago hincapié en que la ley debía cumplirse tal cual, aunque Jesús le dio otra salida mejor en la que intervino la misericordia y el perdón.

No se sabe, pero estoy casi seguro de que aquella mujer (a la que según la legítima ley, se debía haber apedreado y muerto), no vio el resto de su vida nada más que la figura del Bendito Nazareno. Y del tipo que adulteró con ella ¿se fue tan tranquilo sin que nadie le arrastrara hasta Jesús? ¡Mira que somos injustos y prejuiciados!

El hombre de Nazaret, un aparentemente rústico pueblerino, fue capaz de desafiar la letra sin vulnerarla, y establecer el Espíritu en aquella situación. Su Espíritu. Creo que la mujer ya no pecó más, después de las palabras liberadoras de Jesús. Es un misterio que siempre me hace conmoverme. ¡Ah, Jesús!

Aclarado (espero) lo anterior, me atrevo a afirmar que el matrimonio es de un valor espiritual tan enorme, que es muy triste pensar en cuantos casamientos se celebran, sin la menor idea de lo que se va a realizar.

Quizás solo satisfacer una ilusión o apetencia, que no por comprensibles y legítimas son, por sí solas, el basamento de una fuerte y espiritual relación entre los tres que sellan un pacto espiritual y eterno. ¿Tres? ¿pues no son dos? Veamos

Se trata de Dios, y los contrayentes. ¡Tres! Es un pacto de tres, en el que Dios garantiza que el pacto es bueno y tiene vigencia total. El incumplimiento o vulneración de ese pacto no es entre los esposos solamente, sino que se desafía la alianza que se hizo en su tiempo entre las tres personas involucradas. Dios y los contrayentes.

El cumplimiento del pacto o alianza que hacemos con Dios, para hacer su voluntad, nos asegura la vida eterna con Jesús, y abundantes bendiciones en nuestro matrimonio. Claro está, venimos hablando de cristianos. Pero ¿esto es así?

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