jueves, 22 de diciembre de 2011

ABUNDANDO SOBRE EL MATRIMONIO



Algunas “iglesias cristianas”, (permítanme las comillas), parece que ya realizan uniones entre homosexuales, basándose en que Cristo predicó el amor. Bueno, ellas sabrán. Muchas más, se disponen a hacerlo. Y parece que están todos tan contentos.

Bien, eso es su enfoque, su solución, o su problema. Por mi parte no tengo más objeción, que la que tendría ante otra cuestión cualquiera, no cristiana. Y hay muchas.

Es una opinión mía y nada más, reservándome para mí la opción que crea acorde con el pensamiento de Jesús. Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, Y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. (Romanos 14,10).

El matrimonio es algo tan serio que los ministros de las iglesias (de cualquier confesión) no deberían consentir que se realizaran bajo su ministerio, sin haber comprobado exhaustivamente, que todo se hace con plena reflexión y conocimiento.

En el matrimonio suelen existir infidelidades, diferencias descubiertas posteriormente a la unión, pero el matrimonio es inamovible. Un devaneo fortuito y transitorio de alguno o los dos cónyuges, no invalida el pacto. El matrimonio está compuesto por hombre y mujer, y todos somos falibles.

No es un ¡haz lo que te plazca! ya que no se puede uno apoyar en una veleidad momentánea, para romper lo que está compuesto y forjado con la argamasa de Dios. El perdón limpia todo acto semejante, aunque no anula el hecho de su pecaminosidad.

El matrimonio es de un valor espiritual tan insigne y noble, que es triste pensar en tantos casamientos que se celebran, sin la menor idea de lo que se va a hacer, sino la de satisfacer una ilusión y apetencia más o menos momentánea.

Estos últimos por muy comprensibles y legítimos que sean no son, por sí solos, el basamento de una fuerte y espiritual relación entre los tres que sellan un pacto espiritual y eterno. Dios y los contrayentes. Si no es así, no hay matrimonio cristiano.

El cumplimiento del pacto que hacemos con Dios, para hacer su voluntad, nos asegura la vida eterna con Jesús, y abundantes bendiciones en tal pacto. Por supuesto, insistimos en que estamos hablando de cristianos.

Es pues el matrimonio cristiano un pacto entre tres, en el que no cabe la frivolidad ni el descuido. Menos aun, la imitación de lo que los de afuera hacen en este asunto del matrimonio: «Yo me caso y ya veré después como me va. Si las cosas no marchan, ya sabré que hacer».

Si desde el mismo momento del compromiso, este va trufado de reservas mentales y de segundas intenciones, eso no es matrimonio. Es un remedo triste y desgraciado del verdadero matrimonio. Este último pone antes que nada el amor a Dios, y el firme propósito de ser fiel al pacto que se concierta, nada menos que ante el mismo Dios, y con Él.

Como en el caso de la conversión, el bautismo, la comunión, y otros muchos ritos decisivos, el matrimonio es algo espiritual, y contempla en el corazón de Dios, algo mucho más importante y trascendente que formar una mera familia. Eso lo puede hacer cualquiera sin necesidad de ser cristiano, y hasta algunas pueden ir bien, aunque ahora no se trata de eso.

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