Actualmente, y para ceñirnos a Europa, las leyes (que no tienen en cuenta la moral cristiana) se han desarrollado de tal manera, que hasta los mismos creyentes han de someterse a estas leyes y, por tanto, es verdaderamente difícil para ellos adaptarse a una legislación que desde el principio conspira contra la institución y la degrada de forma terrible.
Hoy día cualquier mujer y cuando quiera, puede echar al marido de la casa con solo denunciar que quiere separarse. Del mismo modo, un varón abandona a su familia y se marcha a donde le parezca con quien quiera, sin el menor perjuicio o molestia. Se va y basta. Pero hay que pagar.
La infidelidad manifiesta es motivo de regocijo, y es considerada un triunfo de la liberación, más bien de la mujer. Exactamente lo contrario de lo que ocurría en tiempos de Jesús, pues la ley ahora perjudica al varón. Se entiende que es la ley civil.
El argumento de que ya era hora de que las tornas se volvieran a favor de la mujer, es solamente una falacia; se continúa vulnerando el precepto de Dios, al establecer otra legislación tan injusta como la que antes existía, aunque sea con el pretexto de resarcir a las mujeres.
Tratar de reparar una injusticia con otra injusticia de sentido contrario, es cuanto menos un error y una venganza, que no justicia. De ahí las calamidades que produce, y que se continuarán perpetrando. Eso no es moral cristiana. Si para otros es aceptable lo será para ellos, pero no es nuestra forma de ver las cosas.
Es cierto que siempre han sido los varones los que han sido más proclives a la infidelidad, aunque es necesario reconocer que estas infidelidades, tenían que producirse con la necesaria cooperación de otras mujeres; estas también infieles a su deber y a sus familias. Pero eso es caso de otros estudios, en otro lugar.
Por añadir algo más, sin alargar demasiado, los homosexuales y otras personas con su particular forma de contemplar las vivencias sexuales, (no entro en legitimidades civiles ni personales), hace pocos años despotricaban contra el matrimonio por considerarlo anticuado, innecesario para la convivencia, y hasta perjudicial para la vida de la sociedad.
Actualmente se insiste y presiona para que homosexuales, y las muchas otras tendencias sexuales puedan contraer «matrimonio». Y que no solamente lo acepten todos, sino que aplaudan en nombre de unos derechos y una situación social “de hecho”.
También, desde otras distintas facetas de la sexualidad, hay que reseñar que en las sociedades no monoteístas, se han llevado hasta el límite las más perversas formas de sexualidad, normalmente acompañadas de otras costumbres que las propiciaban.
Tal proceder es considerado por ellos, como la práctica de unas opciones sexuales, tan válidas y legítimas como el matrimonio, y no como desviación sexual. Cada cual tiene sus propios designios cuando se separan de la justa conducción de Dios.
Este pensamiento y consiguientes resultados les atañen a ellos en sus derechos, y no a los cristianos que naturalmente no comulgamos con tales prácticas, de la misma forma que ellos no lo hacen con las nuestras.
El legislador ha de tener en cuenta a todas las opciones de pensamiento de los ciudadanos. Lo que no puede hacer es aplicar a todos las mismas normas, que repugnan a unos mientras agradan a otros. “Juntos pero no revueltos”.
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