Honroso sea en todos, el matrimonio y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. (Hebreos 13,4)
Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;
contra tales cosas no hay ley.
(Gálatas 5:18)
En esta cuestión es fácil perderse, si no se distinguen claramente los perfiles y matices, importantísimos, de lo que es y lo que no es “matrimonio cristiano”.
Las gentes se casan y se dan en casamiento de forma natural, y cada uno por el procedimiento más acorde con sus creencias y conveniencias civiles, tanto como del lugar o cultura en la que se celebre.
Es fundamental distinguir, entre un matrimonio que se hace por convicción y procedimientos cristianos, y el que meramente establece unos derechos y obligaciones civiles, al albur de cómo salga el experimento.
Este aporte de impresiones y de opiniones resumidas, es para cristianos de cualquier denominación, grande o exigua, y no para indiferentes o incrédulos. Estos últimos tienen su propia manera de percibir las cosas. Están fuera.
Cuando un hombre y una mujer se proponen vivir juntos (convivir), tal y como el Evangelio propone y consuman la unión, eso es válido. Se acepta casi universalmente, como antes he señalado, que los ministros del matrimonio son los cónyuges.
El que se quiera o deba hacer ante amigos, familiares, algo de bullicio para hacerlo más solemne y grato, añade alegría a una unión en la que, además de los contrayentes, participan todos los que quieren respaldar esta unión con su presencia.
No es cosa de hacer las cosas en un rincón, sino ante Dios y ante los hombres, si no hay graves impedimentos. La boda, como alegre acontecimiento a celebrar, puede ser gozosa y algo exuberante, aunque sin extremos que desvirtúen la solemnidad de la ceremonia.
El matrimonio ha sido establecido para procurar el bien, y no el mal para hombres y mujeres. Para gozo, y no para tristeza; para sosiego, y no agobio. No es el himeneo una carga, o peso inútil, sino que el matrimonio cristiano, es el proveedor idóneo a las necesidades más fundamentales del ser humano.
Y esto tanto en las espirituales como físicas. El sábado ha sido hecho para beneficiar al hombre, no el hombre para servir al sábado. (Marcos 2: 27). Así también el matrimonio.
Así que, ya no consideremos al matrimonio como un vínculo que conspira contra la paz de las personas, sino que con prudencia y temor de Dios, tratemos de librar al inocente que matrimonia, de la esclavitud de una ley que fue instituida para beneficio del hombre, y no para esclavizarlo y hacerle desdichado.
A los efectos de tratar sobre la ruptura del matrimonio, se han mezclado conceptos y palabras, con lo que en lugar de aclarar han difuminado su significado, y desde ahí se han levantado reglas e imposiciones incorrectas, y en muchos casos engañosas.
El matrimonio que contemplaba Jesús, era el que existía entonces en el tiempo y la patria de Jesús; el judío. El matrimonio pagano que no se hacía según la ley judía, era de todo menos matrimonio, al parecer de los judíos.
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