domingo, 25 de diciembre de 2011

EL ATRACTIVO DEL VICIO



La aprensión es habitual en la forma -casi general- de realizar el coito con aditamentos que lo hacen desagradablemente falto de la romántica e ilusionada naturalidad. Es también como una carga sobre la conciencia, y hasta de los peligros físicos que representa realizar el acto sexual con personas comprometidas, etc., algo que acompaña esta forma relajada del sexo.

En la mayoría de las ocasiones, y sobre todo en las cópulas forzadas, equivale a una masturbación. Tan mísero y decepcionante deviene. Las enfermedades, la pérdida de motivaciones y encanto de lo que Dios hizo puro, y el rebajamiento de algo tan sublime a un mero momento de placer pasajero es terrible.

Hacen de la fornicación promiscua algo detestable y, como mínimo, se hace agravio a familiares y amigos, además de despojarse de todo compromiso sentimental -de que tanto se habla- y al que tanto se apela cuando se quiere vivir en promiscuidad.

De todas formas, esa práctica pagana y llena de peligros y desencantos (hiere sobre todo a las mujeres), es habitual en la sociedad que se dice liberada, y lleva a los más bajos procedimientos y exacerbación de los instintos naturales, que convierten a las personas en adictas a cada vez más extravíos sexuales.

Existe toda una panoplia de prácticas, que ya se observaban en los cananeos, y en las naciones que pisaba Israel en su búsqueda de la “tierra prometida”. Y eran de lo más provocador y atractivo, para los hebreos que venían del desierto viviendo en unas condiciones primitivas y estrictas.

Era fácil caer en los extravíos de aquellas mujeres, acicaladas y de tez tersa y suave en contraste con las israelitas que eran por su forma de vivir, más ásperas en su trato y en sus cuerpos, acostumbrados al desierto, y más elementales en las cuestiones sexuales.

Estas mujeres del desierto, eran mucho menos sofisticadas; eran austeras, con conductas propias de un  pueblo nómada que vivía en campamentos. Por otro lado los varones encontraban más relajación, y la continua excitación de los deseos carnales, en aquellas gentes establecidas en el descuido y largos periodos de paz.

Esta paz les hacía corrompidos en cuanto a la ley natural, y por tanto en la búsqueda -como hay sucede- de las formas más sofisticadas y perniciosas de la práctica sexual. Aquellas gentes trataban a los hebreos como pastores y gentes “de campo” que eran fuertes y de costumbres más elementales.

También los varones israelitas eran más dispuestos para aquellas mujeres, que los encontraran fascinantes sexualmente, más que a los hombres de allí, a causa de su debilitamiento e indolencia en las costumbres y en la vida cotidiana. Contrastaban pues con las de los israelitas, rudos y fuertes, advertidos de lo que se iban a encontrar desde siglos antes.

Las costumbres y la maldad de los amorreos, contrataban con la simplicidad de los hebreos, bajo una ley estricta y propia de las gentes pastoriles y trashumantes. Aquí se inició para el Pueblo de Dios, el comienzo de la decadencia que les trajo toda suerte de problemas.

La advertencia fue clara y terminante: "Por tanto, guardaréis mi ordenanza, no practicando ninguna de las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, para que no os contaminéis con ellas; yo soy el SEÑOR vuestro Dios." (Levítico 18:30)  


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