lunes, 19 de diciembre de 2011

ACLARACIONES PREVIAS.



Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja.
El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer.

Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella.
La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu;
pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.

Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente,
y para que sin impedimento os acerquéis al Señor.
(1ª Corintios 7,32 y ss).

En principio, según leo en las Escrituras entiendo que:

El creyente que pretenda seguir a Jesucristo con todas sus consecuencias, debiera imitarle así como a Pablo y quedarse soltero, si lo está. Por supuesto si tiene el «don». Es un consejo evangélico. Y el don, es algo que tiene que competir necesariamente con la vocación.

El creyente que no pueda contenerse por poseer un fuerte (o normal) impulso genésico, que tenga una mujer por esposa, o la mujer un hombre por esposo, «con tal que sea en el Señor». Es un consejo evangélico. (1ª Corintios 7:39)

El creyente que esté casado al convertirse, no se separe, si su cónyuge consiente en vivir con él, sin tratar de llevarle a una distinta forma de vivir y, sobre todo, disuadirle de seguir siendo cristiano.

Puede ser que con su conducta de buen discípulo de Jesucristo, haga que el otro consorte se convierta en vista de su buen comportamiento como cónyuge, y de las ventajas que este proceder procura a sí mismo y a los demás.

A la hora de buscar esposo/a, la persona creyente soltera, ha de cerciorarse de que su futuro cónyuge es cristiano de veras, y no simplemente nominal. Que su matrimonio, tiene posibilidades reales de supervivencia y progreso.

Considero que la costumbre de buscar fuera, novia o novio mundano en la posibilidad de que puede algún día convertirse, es  perjudicial y puede resultar dañina para el cristiano. En ocasiones, estas uniones se buscan por nerviosismo o impaciencia.

Muchos de los divorcios, se producen al quedar el creyente en manifiesta inferioridad por sus escrúpulos cristianos, frente a quien no es creyente sino de palabra, o no lo es de ninguna manera. Este último suele actuar, según sus determinaciones, con rigor y sin conciencia. Lo vemos con más frecuencia de lo deseable.

Es manifiesto que en las condiciones mencionadas, sabidas desde el principio, lo más probable es que el matrimonio fracase, sea un dolor continuo para el creyente, o acabe por derribarle de su fe, para acordar con el cónyuge incrédulo.

Esto es solo una forma de opinión, recogida de las experiencias y de los consejos evangélicos. No es un dictamen dogmático, pero habitualmente parece ser así con las excepciones que en todo se producen. Pablo distingue muy bien lo que dice el Señor y lo que dice él.

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