sábado, 31 de diciembre de 2011

SALOMÓN Y SU DESOBEDIENCIA


Vemos que Salomón, con su política de alianzas con los pueblos vecinos, tuvo multitud de esposas y concubinas y contaminó a Israel con los cultos idolátricos de muchas de ellas. Les construyó templetes para sus dioses, y en Israel se empezaron a adorar otros dioses extraños a Yahvé. La prostitución idolátrica se extendió también por Israel, precipitando su decadencia y destrucción.

Las muchas mujeres, casi todas de casas principescas, imponían sus creencias, y solicitaban templetes y otros medios para continuar con su personal adoración idolátrica. Eso era lo malo.

El problema de tener muchas mujeres, era que imponían más o menos, el culto a sus dioses con lo que contaminaban la única adoración debida a Dios, y corrompían al propio rey y con él al pueblo.

No era el tener muchas mujeres lo que se le reprochaba a Salomón, (no obstante saltarse el mandamiento anterior que lo prohibía), sino el dejarlas que cada una promoviera y practicara el culto a los ídolos de los distintos reinos de los que procedía.

Y esto a causa de la política de Salomón de emparentar con todos los monarcas que pudiera desconfiando de la promesa de Dios de bendecirle ampliamente. Estas prácticas (por otra parte, políticamente acertadas) motivaron la gran degeneración y contradicciones devenidas por tal causa.

También, porque ya los hijos no eran para Dios, sino para los dioses a los que eran entregados, quemándolos, por sus mismas madres idolátricas. El mandamiento de Dios no es arbitrario ni tiránico sino, como hemos de repetir muchas veces, para bien de toda persona.

Y es bueno no perder de vista que los hijos de Jacob (Israel), el pueblo elegido, fueron hijos de esposas y concubinas por igual. Así dice de él la Escritura: Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra, y vuélvete a la tierra de tu nacimiento…. Y sus mujeres dijeron a la par; ahora, pues, haz todo lo que Dios te ha dicho. (Génesis 31:13 y ss).

Ello no hacía a los hijos, de más categoría unos que otros, sino la que por amor humano le otorgaba Jacob a José y Benjamín, que eran hijos de Raquel, la esposa de su corazón (la segunda), pero solo en la esfera terrenal. Entonces se levantó Jacob, y subió sus hijos y sus mujeres sobre los camellos, y puso en camino todo su ganado, y todo cuanto había adquirido, el ganado de su ganancia que había obtenido en Padan-aram, para volverse a Isaac su padre en la tierra de Canaán.  (Génesis 31, 17,18).

José tuvo en sus manos la vida de su pueblo, y Dios lo utilizó para preservación de este. Era hijo de la segunda esposa de su padre, Raquel, así como Judá fue el Legislador, hijo de la primera esposa, Lea, introducida con engaño. Cada cual tuvo su parte en el pueblo de Israel, sin más diferencia que la función que Dios había fijado para cada uno, sin discriminación alguna.

Eran hijos de un mismo padre y de distintas madres que convivían juntas, y no sin abundantes conflictos hogareños. A ambos bendijo Dios. Pero como ya advertí, no se pueden aplicar escenarios y épocas tan lejanas, a la realidad presente. Son otros tiempos, y ahora rige para nosotros la ley de Jesucristo.

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